Gina Zabludovsky Kuper
15 mayo, 2014
La creciente especialización de las ciencias sociales, y la estipulación y formalización de lo que se considera científico frente a lo que no lo es, ha llevado a una progresiva brecha entre el lenguaje propio de nuestras disciplinas y las expresiones literarias. Lo anterior tiene su justificación en la necesidad de que las ciencias sociales tienen que contar con un aparato conceptual propio que, alejado del juego y el uso de metáforas, permita entendernos entre nosotros y ser lo suficientemente precisos. Sin embargo, también es cierto que, estas características frecuentemente hacen que los textos académicos sean áridos y poco amables, y sólo puedan ser accesibles a un número escaso de lectores.
En este sentido, no está de más recordar que los grandes autores de nuestra tradición clásica, fueron también grandes escritores que sabían seducir a sus lectores con un lenguaje que recuperaba la buena literatura. Algunos casos notables hacen evidente esta relación. En su diagnóstico sobre la burguesía, Carlos Marx se nutre de las críticas presentes en La comedia Humana de Honorato de Balzac. Si bien es cierto que no se sabe de una referencia explícita a Julio Verne en las obras de Max Weber, la famosa alusión a la “jaula de hierro” que resume el diagnóstico sobre la burocracia, ya había aparecido en Veinte mil leguas de viaje submarino, para nombrar a este último invento antes de que existiera en la realidad. Por otro lado, cuando en una entrevista a Sigmund Freud se le preguntó si tenía predecesores, responde de manera enfática que todo ya había sido dicho por Shakespeare y Dostoievski.
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