Como el célebre laboratorio de la posmodernidad que ha venido constituyendo a nivel urbano, Tijuana es una ciudad en la que se ha experimentado una esporádica floración de manifestaciones religiosas. Basta mencionar el ejemplo de los pentecostales o los mormones, con su vistosa catedral blanquecina a la altura de Paseo del Río, y los ya célebres en la cosmovisión tijuanense Testigos de Jehová.
Para su estudio sobre la transición entre capas sociales religiosas en Tijuana, el artículo “El costo de disentir: Análisis de experiencias de ruptura de exmiembros de tres iglesias protestantes”, de la autoría de Olga Odgers y Rafael Isaac Ramírez, repasa la teoría sociológica construida alrededor del fenómeno religioso. Su primera cita, como no podía ser de otra manera, es con Emile Durkheim, uno de los padres de la sociología moderna, quien proponía que la religión era un método de catarsis colectiva y reforzamiento de los vínculos comunitarios, a través del estímulo identitario, de pertenecer y formar parte de algo más grande que uno mismo.
Para el avance suscitado en las postrimerías del siglo XX, acuden a Hervieu-Léger, quien explica que las grandes religiones, frente a la fragmentación de las meta-narrativas propias de la era posmoderna, crean linajes creyentes basados en la tradición. Así, se explica que los miembros de una comunidad religiosa pueden integrarse a distintos grupos con relativa facilidad o aceptación. Precisamente en el período del disenso, de la cisma entre un miembro del grupo, es en donde se enfoca el estudio de los académicos.
Para acotar los alcances estadísticos y epistémicos, los académicos eligen tres iglesias clasificadas bajo la tipología de Bíblicas, no evangélicas (Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (IJSUD) (conocidos como mormones), la Iglesia Adventista del Séptimo Día y los Testigos de Jehová. La elección se debe a la rigurosa estructura selectiva de dichas iglesias, que determinan sistemáticamente quién está dentro y quién fuera.
La teoría que enmarca estas bases, es la de las identidades narrativas, que postula la necesidad de los individuos de explicarse mediante relatos (a través de las entrevistas en profundidad) para decir lo que fueron, son y esperan ser. Una vez implementada esta metodología, es posible reconstruir la experiencia vivida por los entrevistados, y elaborar en base a ello fuentes de información estadística sobre la sociología de la religión.
Acercándonos a los resultados, los académicos señalan la prevalencia de las dudas teológicas, las crisis individuales y el extrañamiento frente a actitudes de dirigentes o miembros de la comunidad religiosa como principales causas en la ruptura. El acto de desprendimiento es paulatino, debido, entre otras razones, a que los entrevistados fueron adoctrinados desde etapas tempranas en la religión en cuestión.
En general, las respuestas de las diferentes iglesias frente a sus ex-miembros varían notoriamente, llegando en algunos a mantener una correspondencia epistolar formal con sus antiguos miembros, hasta negarles la palabra de manera absolutamente tajante. Además, se observa una amplia variabilidad en cuanto a la capacidad de los individuos de reintegrarse en comunidades religiosas, que pueden fungir como catalizadores de una nueva experiencia identitaria.
En un contexto pluricultural, en el que a diario conviven y se superponen las narrativas sociales, políticas y económicas, es común que exista tanto una fragmentariedad en el tejido religioso, como en la capacidad de los individuos de readaptarse y asumir con satisfacción los mecanismos de reproducción social de un determinado grupo.
El artículo se encuentra disponible para consulta a través de: https://www.revistaculturayreligion.cl/index.php/revistaculturayreligion/article/view/1038