El pasado 6 de septiembre, el Dr. Miguel Olmos, investigador del Departamento de Estudios Culturales, coordinó el I Festival de las Nuevas Músicas Indígenas, logrando reunir a varios artistas musicales indígenas para transmitir a la población de Tijuana la importancia de la música para la cultura indígena, a través de la cual podemos observar sus cambios y continuidades. Dicho evento formó parte del proyecto “El patrimonio cultural y la estética de las nuevas músicas indígenas y populares de la frontera MEX-USA”, el cual está llevando el Dr. Olmos con el objetivo de analizar y documentar dichas manifestaciones musicales, además de estimular y difundir las nuevas músicas indígenas en el Norte de México. A continuación se presenta un breve resumen de dicho trabajo:
La cultura musical del norte de México posee características que la distinguen de la música de otras regiones del territorio mexicano. Las expresiones musicales del norte del país son producto de su propia experiencia histórica y cultural. Por ello han tenido lugar diversos géneros musicales, tanto de “música indígena» como de “música mestiza” de tradición oral.
A pesar de que la modernidad ha incitado desencuentros económicos y culturales con los EE.UU., también ha propiciado que muchas culturas indígenas y mestizas mantengan lazos sólidos con las sociedades del sur de Estados Unidos, tanto los que provienen de relaciones histórico-ancestrales como los que actualmente genera la sociedad contemporánea.
Partiendo de que el patrimonio cultural es aquello a lo que se le reconoce sus valores culturales internos al representar la memoria colectiva a nivel regional, local o global, podemos caer en cuenta de la falta de un complejo regional de manifestaciones artísticas y de leyes patrimoniales para el reconocimiento de la estética de la creación artística musical de los pueblos indígenas.
Grupos étnicos como los yaquis, pápagos, tarahumaras y los que forman los pueblos yumanos de Baja California como K’miai, Kiliwa, y Cucapá (todos de la región noroeste del país,) conservan actualmente géneros musicales asociados con prácticas dancísticas integradas al ritual, a menudo escenificados en un contexto religioso, pero también han sido testigos de cambios y permanencias en sus manifestaciones musicales y culturales.
En lo que respecta al panorama mexicano, diversos músicos indígenas han incursionado en las nuevas músicas indígenas integrando géneros y ritmos a su repertorio tradicional. Dichas manifestaciones han encontrado canales de expresión en nuevos géneros populares como el corrido, la ranchera y la cumbia norteña. Así, las músicas populares de dichas comunidades pasan a la memoria tradicional aunque no pertenezcan al contexto ritual sagrado.
Ante este fenómeno, el Dr. Miguel Olmos ha denominado como Músicas Migrantes a aquellas “que en el transitar cultural hacia la frontera norte del país, o a las grandes ciudades del sur de los EU han, generalmente, refuncionalizado su cultura musical de origen interpretándola en contextos de destino muy distintos, pero a menudo guardando un repertorio, estilo y ejecución de manera ortodoxa”.
Como podemos ver, el proceso de enfrentamiento cultural no siempre da como resultado la sujeción o sumisión a otros discursos estéticos. Los nuevos discursos artísticos que han surgido en algunos grupos indígenas están sustentados en la innovación y cambio de sus manifestaciones musicales. Esta situación hace que la identidad de grupo sea reforzada aun teniendo alteraciones significativas en apariencia.
En toda la región norte de México, incluyendo la frontera, el corrido y la canción ranchera ocupan un lugar especial en la música tradicional, formando parte de la población mestiza e indígena durante la primera mitad del siglo XX y hasta los años sesenta, como parte de la música de tradición oral. Sin embargo, la música indígena se transforma paulatinamente, mientras que la música de las sociedades urbanas lo hace manera más acelerada por las expectativas y exigencias mercantiles de la sociedad capitalista. Por ejemplo, la música ranchera y de corrido, eran manifestaciones totalmente rurales que viajaron a las ciudades, y se vincularon con las manifestaciones de la música moderna y fueron retomadas como símbolos nacionales, en algunos géneros y conjuntos instrumentales.