Los siniestros naturales, así como las guerras y las epidemias, son fenómenos de catástrofe y de intensidad fenoménica, porque aceleran, acentúan y amplifican los procesos de construcción social que, en contextos de cotidianidad, permanecen subterráneos, invisibles. Pocas cosas aglutinan el conjunto de las relaciones sociales y las enfrentan dialécticamente como los ciclones, los sismos y los huracanes.
Por ello su estudio cobra relevancia, particularmente en una etapa en que la humanidad del primer y segundo mundo parece haber sacado estos acontecimientos del catálogo de miedos civilizatorios básicos. Lejos quedaron Pompeya y su nevada de cenizas. Pero estos pulsos permanecen, y retan constantemente los bastiones de la supuesta modernidad, y la eficacia de la memoria colectiva para organizarse en torno a la prevención del riesgo, así como, y sobre todo, la ineficacia de los Estados-nación.
Sobra remarcar la escalada de daños que los desastres pueden acarrear para el sur global, particularmente en Latinoamérica, región en la que los procesos de desarrollo industrial y político han expuesto a las poblaciones a un peligro exacerbado. Basta con pensar en la literatura de Horacio Quiroga, de José Martí o de Jorge Issacs para entender que los latinoamericanos, desde siempre, han mirado con miedo los arranques de la madre tierra. Siempre hemos tenido miedo de ser absorbidos por la geografía, pero la investigación sobre los riesgos de esa misma geografía ha quedado olvidada por los otros mundos, al menos hasta hace poco.
En ese contexto, Virginia García-Acosta, antropóloga social e historiadora mexicana, reúne las plumas de 11 investigadoras (es), en un total de 9 textos que revisan críticamente el estado de la llamada antropología de los desastres en Latinoamérica. A lo largo de todos sus ensayos, en este volumen se va hilvanando la idea de que la auténtica causalidad de los desastres naturales no se concentra en fuerzas inevitables y exógenas, sino que, al tratarse de una materia de prevención material, constituyen tragedias artificiales, pues la escala de su daño es simétrica a la ineptitud presente en los sistemas de prevención y toma de consciencia gubernamental. En ese sentido, la tragedia también deviene en construcción social.
Para expresar lo anterior, en palabras de la propia autora del libro durante el capítulo 6 (La vertiente mexicana en la Antropología de los Desastres y del Riesgo): La investigación antropológica e histórica llevada a cabo tanto en México como en otros países de la región, ha reforzado el reconocimiento de que aquello denominado “desastre natural” no hace referencia exclusivamente a la presencia de un determinado fenómeno natural, sino al producto de la correlación entre amenazas naturales y condiciones de vulnerabilidad, y que estas derivan de una creciente construcción social del riesgo”.
Debido a ello, el apoyo que ha recibido esta fracción de la antropología ha sido institucional, al menos desde mediados del siglo XX, en el que empiezan a despertarse las placas tectónicas y los huracanes arrojan sus vientos con más fuerza que antes. Para 1992, por ejemplo, se conforma LA RED, la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina, en la que se propone, con base en sondeos bibliográficos muy previos, un marco conceptual y metodológico local, que aprenda de las experiencias vividas por los países del sur global, y que focalice los desastres desde una perspectiva materialista, que no se conforme con ser espectadora de las tragedias y se involucre activamente en su prevención y resolución a nivel institucional.
Y así queda demostrado en los capítulos eventuales, que abarcan además nueve realidades latinoamericanas, todas en las que los escritores recogen su tradición investigativa y etnográfica, al tiempo que señalan las direcciones que ha de seguir (y que está siguiendo) la antropología de los desastres en América Latina.
El libro se encuentra disponible a través de: https://libreria.colef.mx/detalle.aspx?id=7851