Año con año, las caravanas de migrantes centroamericanos han recorrido México como una forma de protesta contra las condiciones de violencia generalizada que fuerzan la salida de miles de personas de sus comunidades de origen, y contra las múltiples agresiones que sufren en su camino por este país. Hasta este año, las caravanas llamaban poco la atención de los medios internacionales, mucho menos del gobierno de Estados Unidos. Generalmente presenciábamos el paso de dos caravanas a lo largo del año: una en fechas previas a la Semana Santa, denominada “Viacrucis migrante”; la otra en el último trimestre, integrada por familiares de migrantes desaparecidos en México.
Ambos movimientos se desarrollaron como manifestaciones político-religiosas. Defensores de derechos humanos y migrantes centroamericanos recorrían las rutas principales de transito migratorio en México, realizaban actos de protesta y de denuncia a lo largo del camino. Después de un penoso y largo recorrido, terminaban en el centro del país o en la frontera con Estados Unidos.
En abril 2018, por primera vez el Viacrucis migrante adquirió dimensiones políticas internacionales cuando Donald Trump alerto a través de su twitter sobre “las caravanas” con “olas de migrantes que entraban a México” para llegar Estados Unidos. En todos los medios de comunicación nacionales e internacionales se difundieron cotidianamente los avances del Viacrucis migrante. Las abundantes noticias provocaron o acentuaron la polarización política del público mexicano y estadounidense en torno a la migración: por un lado, generaron una ola de solidaridad de parte de las comunidades migrantes y defensores de derechos humanos, por el otro, suscitaron miedo y reacciones extremas de xenofobia. La difusión de las imágenes de la caravana provocó su propio crecimiento; es decir, las personas migrantes que, por sus medios o a través de sus redes personales, viajaban hacia el norte de México, fueron sumándose al Viacrucis para encontrar mayor apoyo, solidaridad, protección contra las autoridades policiacas y migratorias y contra la delincuencia.
La caravana de migrantes que ingresó recientemente a territorio mexicano es resultado de la situación de violencia, pobreza y desposesión que viven las poblaciones centroamericanas, particularmente la hondureña, y que expulsan año con año a cientos de miles de migrantes. Si consideramos que – de acuerdo con diversas estimaciones de parte del gobierno mexicano, de académicos y de la sociedad civil – este flujo representa entre 200,000 y 400,000 personas cada año originarias principalmente de Honduras, El Salvador y Guatemala, podemos suponer que, en tiempos normales, entre 550 y 1,100 migrantes ingresan diario a México con la intención de llegar a Estados Unidos. Estas personas entran por puntos diversos de la larga frontera entre México y Guatemala y transitan también por diversas rutas a lo largo del país, por lo que resultan generalmente poco visibles para la mayoría de la población mexicana. Muchos de estos migrantes no llegan a su destino; se quedan viviendo en algún lugar de México o bien son detenidos y deportados por las autoridades migratorias mexicanas o estadounidenses. El hecho de que en uña semana se hayan congregado cerca de 7,000 personas en la froñtera sur de México no significa por lo tanto un flujo extraordinario de migrantes sino simplemente la expresión política y mediática de un movimiento que silenciosamente se realiza día con día.
Desde un punto de vista humanitario, esta movilidad y concentración de personas exhaustas, muchas de ellas en condiciones de gran vulnerabilidad social y con necesidades de atención inmediata, representa un reto para las organizaciones de la sociedad civil situadas en el sur de México, para las autoridades mexicanas y para organismos internacionales. Es fundamental que el apoyo de la comunidad nacional e internacional se centre en resolver las necesidades apremiantes de estas personas. Contener por la fuerza o reprimir – como lo hicieron las autoridades mexicanas en la frontera con Guatemala, al lanzar gases lagrimo geos y arremeter contra hombres, mujeres y niños que intentaban cruzar el puente internacional – puede provocar una tragedia de mayores dimensiones y poner en grave peligro la integridad física de miles de personas transformándolas en víctimas más de las políticas migratorias punitivas que se han extendido a toda la región.