La irrelevancia de la educación y la investigación en México

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Opinión de Cirila Quintero Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 15 de octubre de 2020

Cuando yo era niña, mi madre, sin estudios básicos terminados, me decía que tenía que estudiar “para ser alguien en la vida”.  Éramos una familia de migrantes, llegados al Distrito Federal en los años sesenta, buscando un futuro mejor. Llegar a la capital, como decían, era todo un logro, porque podías tener un trabajo, vinculado con el comercio o la construcción, pero, sobre todo porque tus hijos podían estudiar en escuela públicas y ser atendidos en hospitales públicos. Estudié la primaria, secundaria y preparatoria en grupos de 40 y hasta cincuenta alumnos, usando los libros otorgados por la Secretaría de Educación Pública en la educación básica, yendo a bibliotecas públicas y auxiliada con un mundo de fotocopias. Creo que tuve una educación muy completa, cuando egrese de la educación básica tenía nociones, de gramática, civismo, geografía, matemáticas, álgebra, literatura, historia, etc. Me falto el inglés porque entonces no se consideraba relevante. El otro día recibí este link:
Catálogo histórico de libros de texto gratuitos 1960 – 2017 .: Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos CONALITEG  con los libros de ese entonces, los revisé y me parecieron de los más completos, era una educación que iba más allá del pragmatismo de solo aprender a medio leer o matemáticas básicas. El mismo link permite ver la evolución o involución de lo que se ha considerado la educación en México. 

Mis siguientes estudios los hice en Universidad pública y centros públicos de investigación; en donde la exigencia, la dedicación y de calidad académica para mantener la beca y obtener el grado fueron centrales, así pues, soy producto de la educación pública, y por lo mismo, me siento comprometida con mi país y con los sectores sociales más vulnerables. La educación me permitió una movilidad social, situación que ahora cada vez es más difícil para las nuevas generaciones de jóvenes científicos. Pero la educación recibida también me permitió tomar una conciencia social de mi realidad y la enorme desigualdad que existe en el país. Por lo que desde que inicié mis investigaciones, hace más de tres décadas, he tratado de contribuir con un grano de arena a forjar un mundo más justo y equitativo para los campesinos, obreros, mujeres y migrantes. He presentado mis hallazgos en foros nacionales, internacionales y ante autoridades gubernamentales, algunos los han retomado como insumos de alguna política pública, otros simplemente no les parecieron relevantes. 

Me desempeño laboralmente desde hace casi tres décadas en El Colef, en donde he tenido la libertad de estudiar el sindicalismo y las condiciones laborales del norte de México, en tiempos en que la modernización, innovación, la productividad, la flexibilidad eran los paradigmas de análisis dominante, y nunca se me presionó a dejar a “mis sindicatos y mis trabajadores”, como me dicen algunos compañeros. Durante mi trayectoria académica, he sido crítica con varias decisiones gubernamentales y laborales, como los cambios a la ley federal que se han impulsado desde los ochenta, de la diferencia que existe entre lo legal y la realidad, en donde miles de trabajadores no reciben un salario justo y trabajan en condiciones laborales precarias, he criticado también que el gobierno mexicano no haya sido corresponsable con las miles de mujeres que ingresaron al mundo laboral, para dotarlas de guarderías y centros de apoyo escolar para sus hijos en edad escolar, también he llamado a una mayor responsabilidad empresarial, que vaya más allá de la dotación de pupitres, pizarrones, pintura para las bardas, y se traduzca en la construcción de escuelas, en  las comunidades en donde están insertos.  Los resultados de mis investigaciones, no siempre han sido del agrado de distintos actores, he recibido llamadas de autoridades gubernamentales para reconsiderar mis argumentaciones críticas; pláticas con líderes sindicales para que matice mis opiniones sobre los sindicatos, empresarios molestos conmigo por “defender” a los trabajadores. Los he escuchado con atención, he agradecido su opinión, pero he sostenido mis argumentos con pruebas, les he comentado como ha sido derivados y analizados desde los mismos actores y la realidad, siguiendo una metodología científica; pero también he reconsiderado y enriquecido mis estudios, cuando me han aportado nuevos elementos al análisis, porque mi compromiso es con la CIENCIA, sin apellido, y con la ética académica.

Asimismo, el trabajar en un centro público de investigación, no me ha hecho acrítica de las decisiones gubernamentales que se toman en el país.  Se me paga por hacer investigación con criterios de excelencia y formar recursos humanos con la misma excelencia y ética profesional, no por mis ideas, ni por la defensa del gobierno en turno. Por eso, cuando oigo expresiones: “para eso les pagamos para hacer la investigación que necesitamos” o “hagan investigaciones sobre este tema”, me parece que no se entiende, ni valora el trabajo de investigación. Pongo un ejemplo, todo mundo quiere una vacuna contra el COVID 19 en meses, me pregunto, si se sabe ¿cuánto tiempo se necesita para aprobar una vacuna?, y ¿si conoce los efectos nocivos que puede traer al ser humano, y generaciones futuras, la aprobación al vapor de una vacuna? Me temo que no. Empero, si la incomprensión del común de las personas es preocupante, más lo es la (des) valoración de las autoridades gubernamentales hacia la ciencia y los científicos: primero, al hacer una evaluación superficial de nuestro trabajo, y luego difundiendo un estereotipo alejado de la realidad: encerrados en un cubículo, tomando café, concentrados leyendo,  me pregunto, ¿Si estos gobernantes conocen los riesgos que enfrentan los investigadores del norte, y otras latitudes, haciendo sus estudios en lugares dominados por el crimen organizado o marcados por la violencia, en donde literalmente se juegan la vida?  Los recortes del presupuesto a centros de investigación y universidades públicas, la cancelación de fideicomisos en centros públicos que apoyan a la investigación, a la creación de infraestructura y mobiliario en sedes estatales alejadas de los grandes centros nacionales del conocimiento, me lleva a concluir que la investigación no sólo no se comprende, sino que es irrelevante en nuestro país. 

La educación ha llevado un camino más preocupante, de planes y proyectos fragmentados, que se cambian cada sexenio, y con su descentralización sujeta al ejecutivo estatal, sin articulación en un plan general de educación ya no a largo plazo, sino en el mediano plazo. Sin olvidar los bajísimos salarios a los profesores de educación básica y la burocratización cada vez mayor que les han agregado a sus actividades docentes, así como, la poca, por no decir nula, inversión al mantenimiento de escuelas, que ha llevado a un deterioro de la mayor parte de las instituciones educativas públicas. El resultado no puede ser peor: alumnos de educación media con conocimientos mínimos de lectura, escritura y matemáticas. En donde la creatividad, el razonamiento, han estado ausentes. En diciembre de 2019, un informe de los diputados mencionó como el PIB dedicado a educación había disminuido de 3.7 al  a 3.0, en los últimos cinco años, y nuestro país estaba en 2 puntos porcentuales por debajo del PIB que dedicaban los miembros de la OECD a la educación, https://www.cefp.gob.mx/publicaciones/nota/2019/notacefp0722019.pdf. El presupuesto de 2020 aumentó numéricamente, pero se expresa que el 98 % son salarios de profesores, y la pregunta sería: ¿y la capacitación docente, el mantenimiento de infraestructura, material didáctico básico, etc, cómo costearlos? La situación se ha hecho más crítica con la transición a la educación virtual por el COVID-19, sin planificación adecuada y dejando a los docentes la resolución logística de esta transición, pero lo más preocupante, de acuerdo a  los especialistas, este tipo de educación está dejando fuera a los más desfavorecidos socialmente. 

La epidemia actual ha llevado a la reconsideración de la salud como punto fundamental de atención para los gobiernos, en el mismo tenor, debería ubicarse a la educación, al mostrar las carencias y necesidad de inversión que tiene el país en la investigación; pero sobre todo en invertir más en la planeación y ejecución de un modelo educativo más allá de las voluntades políticas que asegure el derecho a la educación que tienen todos los mexicanos, y terminar con la exclusión social que parece cada vez acentuarse más. 

Dra. Cirila Quintero  Ramírez

El Colegio de la Frontera Norte

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