Una de las obsesiones de los modernos estados-nación es el control de todo aquello que los mismos estados-nación consideran una amenaza a su seguridad e integridad. Ese deseo se concreta en distintas fuentes, entre las cuales todo aquello que se mueva en y por su territorio (por tierra, mar y aire), ya sean personas, mercancías, medios de transporte, dinero o virus. Esto lo vemos reflejado en las políticas fronterizas y migratorias de muchos países, y en las medidas sanitarias que adoptaron para contener la propagación del SARS-CoV-2.
La obsesión por la movilidad tiene una larga trayectoria en la historia del pensamiento, en tanto que moverse ha alimentado tanto nuestras mayores esperanzas como nuestras peores pesadillas. Dejando de lado las esperanzas, o más bien negándolas, los estados se han aferrado a los miedos más ancestrales, a lo que siempre nos ha atemorizado y perseguido a los seres humanos. Tememos que lo que tenemos ahora y aquí, mañana pueda haberse ido, como la vida misma; y lo que ahora está lejos, pero que en un instante puede atraparnos, como un depredador que nos aceche.
La revulsión por lo que se mueve, por lo tanto, se ha traducido en una predilección por lo inmóvil, lo pasivo, lo fijo y lo eterno. Y esa preferencia, a su vez, pero sin detenernos en los detalles, ha conllevado una inversión en los términos, entre aquello que es y lo que debe ser. Así es como hemos pasado a considerar la inmovilidad como lo normal y aceptable y, por el contrario, la movilidad como una disfunción o una desviación.
Dicho en términos migratorios y fronterizos, el Estado-nación argumenta que lo normal es que cada quien y cada cosa estén en su lugar, dado que su lugar debe ofrecer las condiciones para retenerlos, para impedir que se vayan. Seguramente muchos estaremos de acuerdo con eso, aunque ingenuamente, ya que el argumento prosigue, pues el movimiento implica un trayecto con más de un punto. Así, los otros lugares, el que no es el suyo, de alguien o de algo, tienen que garantizar las condiciones para impedir que lleguen y entren. Desde esa perspectiva, entonces se entiende que la migración refleja un problema, tanto del lugar del que se sale como del que se entra (o se desea entrar).
Ante el movimiento de llegada, los modernos estados han diseñado y aplicado una amplia variedad de medidas, unas más eficientes que otras, así como más o menos sofisticadas e ingeniosas, pero también más o menos éticas. A la cabeza nos viene la exigencia del cumplimento de requisitos, el sometimiento a ser revisado, el pago de cuotas, la expulsión, el encarcelamiento, la condena de penas y el dejar morir.
Como se puede ver, esas medidas se dirigen directamente a quienes se mueven. A aquéllas podemos agregar las que lo hacen indirectamente, a través del control de los medios usados para moverse, así como del terreno por el que se mueven. En esta dirección podemos mencionar los requisitos exigidos también a los vehículos y a las compañías de transporte, así como las obras de ingeniería y de construcción, como la instalación de muros y la eliminación de la vegetación.
De forma interesante, si nos fijamos, estas medidas indirectas contra la movilidad de las personas, se dirigen también a controlar la movilidad de los objetos y del terreno. Sirvan de ejemplo las leyes y programas de Estados Unidos para eliminar la vegetación de la orilla del río Bravo, con los que el Estado busca disponer de un perímetro fronterizo libre de obstáculos (como los carrizales), que impidan la visibilidad de los agentes de la patrulla fronteriza (de su lado del río, así como del otro) y ofrezcan a las personas migrantes escondites para evadir a los agentes. La eliminación del carrizo, ya sea por medios mecánicos, químicos o biológicos, supone restringir su movimiento, en tanto que los individuos de esta especie crecen hacia arriba y hacia los lados, formando densas comunidades, que además se extienden subterránea y longitudinalmente, siguiendo el río y cualquier fuente de agua.
En síntesis, y para concluir, estamos ante la aversión de la movilidad de la materia o, como defiende el filósofo del movimiento Thomas Nail, directamente ante la aversión de la materia, en tanto que todo lo material por definición se mueve. Y dado que la materia no pierde su condición material por muchos controles a los que se la someta, las políticas fronterizas y migratorias solo persiguen una ilusión, pero que puede causar mucho dolor, como así ocurre.
Xavier Oliveras González
El Colegio de la Frontera Norte, Unidad Matamoros
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