La paz ha sido un anhelo común en todas las formas de organización social desde los orígenes de la humanidad; los judíos al encontrarse se saludaban con la expresión ¡Shalom!, los musulmanes ¡Salam! y los primeros cristianos ¡La paz sea contigo!, manifestando con ello un genuino deseo por vivir en paz, en sus casas, sus comunidades, sus familias, sus entornos y especialmente en sí mismos.
Al evolucionar la sociedad, pasa de ser solo un deseo generalizado, a constituirse como el Derecho Humano a la Paz, del cual todas las personas somos titulares, teniendo, por tanto, derecho a vivir en paz, pero una paz justa, sostenible y duradera, entendiéndola no solo como la ausencia de conflictos armados o violencia física, sino con erradicar la desigualdad, la pobreza, la discriminación y la violación a los derechos humanos.
Vivir en paz significa fortalecer el derecho a la justicia, a la seguridad humana, la educación, la verdad, a vivir en un ambiente sostenible, la salud, a emigrar y al refugio; así como garantizar la libertad de expresión, pensamiento, conciencia y religión, principalmente y debe ser el valor fundamental desde el cual deben regirse las relaciones internacionales.
Si bien la ONU hace un llamado a la comunidad internacional, para que los gobiernos solucionen de forma pacífica sus conflictos, eliminen la persecución por causas de religión o raza y ayuden a los más necesitados; también refiere la necesidad de crear una Cultura de Paz y no violencia, la cual, entendiéndola como el conjunto de valores, actitudes y comportamientos que reflejan respeto a la vida y a la igual dignidad de todos los seres humanos; poniendo en primer lugar los derechos humanos, el rechazo a cualquier forma de violencia y la adhesión a los principios de libertad, justicia, solidaridad y tolerancia, entre los pueblos, los colectivos y los individuos.
No obstante, transitar hacia dicha cultura debe partir de la existencia de condiciones adecuadas, tanto económicas, políticas y sociales, donde los gobiernos y la sociedad presenten un desarrollo equilibrado en ocho aspectos fundamentales: 1 Educación, 2 Derechos humanos, 3 Desarrollo económico y social, 4 Igualdad entre hombres y mujeres, 5 Democracia, 6 Comprensión, tolerancia y solidaridad, 7 Libertad de información y de comunicación, y 8 Paz y seguridad.
Lograr tales condiciones requiere partir de esquemas estratégicos y herramientas adecuadas que articulen un trabajo colaborativo desde cuatro actores claves de la sociedad: Gobierno, Instituciones Académicas, Empresarios y Sociedad Civil, orientados producir cambios significativos, poniendo en práctica el contenido del “Manifiesto para la Cultura de la Paz y No violencia” de la UNESCO, donde se reconoce nuestra responsabilidad ante el futuro de la humanidad, estableciendo el compromiso de respetar la vida y la dignidad de cada persona, sin discriminación ni prejuicios, rechazando la violencia en todas sus formas: física, sexual, psicológica, económica y social, en particular hacia los más débiles y vulnerables.
La Cultura de Paz en México, supone ante todo un esfuerzo articulado de todos los sectores de la sociedad, en torno a la no violencia, extensivos a los ámbitos públicos, privados, académicos, laborales, sociales y domésticos, pero especialmente gubernamentales, a partir de esquemas normativos adecuados, que garanticen el cumplimiento de los 8 requerimientos básicos señalados anteriormente, reto que hasta nuestros días constituye una asignatura pendiente.
No olvidemos que, como individuos y como sociedad, somos corresponsables de construir la paz, una paz que brinde a todos los habitantes de esta tierra, no solo a unos cuantos: tranquilidad, sosiego, calma y armonía, pero que solo puede darse desde el trabajo conjunto y el comportamiento pacifico, en solidaridad, ayuda, cuidados y escucha mutua, aspirando a que algún día, el sueño de la paz se convierta en realidad.
Dra. Rosa Isabel Medina Parra
El Colegio de la Frontera Norte