El coronavirus está afectando, y afectará, de manera primordial las relaciones sociales de los distintos países, en las forma en la que interaccionamos socialmente. Durante la epidemia también han asomado algunos rasgos de irracionalidad, que ponen en cuestionamiento si hemos avanzado realmente en nuestro raciocinio como seres humanos.
Desde las compras de pánico que se realizaron hasta el miedo, la depresión e incluso la violencia intradoméstica que ha aparecido en este tipo de convivencia diaria, que da cuenta del resurgimiento de relación social histórica: la comunicación cara a cara. Si bien muchas de la formas de comunicarse, laboralmente, con la familia lejana o con los amigos, es mediante medios virtuales; al final, la principal convivencia es con quienes vivimos diariamente; esas personas con las que por la vertiginosidad de nuestra vida o por la mayor convivencia virtual que tenemos, raras veces convivimos. En este momento, uno se da cuenta de la dinámica de cuidado tan compleja que se necesita para que un espacio de convivencia funcione. A pesar de ello, un porcentaje importante prefiere instalarse en una zona de confort que involucrarse en las tareas de cuidado de los hogares. A la sana distancia, también le hace falta un complemento de responsabilidad de todos los miembros de los hogares en los cuidados necesarios para la convivencia social en este tiempo de contingencia.
En materia de cuidado de los enfermos de coronavirus, las familias, no del todo informadas, asumen la enfermedad de su familiar similar a una enfermedad incurable, terminal o de confinamiento total, como la lepra, lo que no ayuda en mucho a una recuperación con dignidad, y sobretodo no ayuda a implementar medidas dentro del hogar para no contagiarse más. Uno de los primeros casos, de una mujer que regresó de España, madre de familia; una de sus hijas, expresa que recibieron órdenes médicas de tenerla en el aislamiento total, el cuestionamiento era: ¿Cómo hacer esto, cuando el familiar necesita de apoyo para cubrir sus necesidades básicas? Deberían imprimirse instructivos detallados que se den a las personas enfermas y a sus familias de cómo seguir su vida cotidiana sin riesgos. El aislamiento total y la no atención debida de los enfermos pueden desencadenar más contagios y muertes.
Las respuestas del entorno social y local a esas personas enfermas, y su familia, tampoco han ayudado en nada. En las grandes ciudades puede recurrirse al anonimato de la enfermedad, salvo el conocimiento de los vecinos, pero en ciudades medias y pequeñas, el nombre del enfermo, circula rápidamente por las redes sociales, en algunos casos, en vez de solidaridad y apoyo, los familiares empiezan a recibir hostigamiento o segregación por parte de la sociedad. Quizá más relevante sería pensar como comunidad la forma de apoyar a esas personas en su confinamiento, la protección de ellos, también es la garantía de que nosotros estemos bien.
Los enfermos declarados, en último de los casos, podrían ser los menos preocupantes, dado que ya están diagnosticados, y con recomendaciones básicas podrían sanar e impedir un contagio mayor. Sin embargo, de acuerdo a las experiencias de personas viviendo en Italia y España, más preocupante son las personas asintomáticas que no muestras signos de la enfermedad sin embargo la tienen, lo que resulta altamente preocupante porque siguen en su vida diaria contagiando a personas sanas. La recomendación es la realización de pruebas masivas, es costoso, pero es una opción que debe explorarse, y aplicarse, particularmente en las regiones que muestran un mayor grado de incidencia.
Pero el punto más preocupante que muestra la escasez de sentido común y la irracionalidad social se refiere al trato al personal médico de las instituciones. En un trabajo anterior que realicé en el 2011 para una evaluación de cómo impacta la violencia en Matamoros, me tocó escribir acerca del impacto en la salud. Aparte de dar cuenta de la consabida ausencia de material médico, medicinas, camas, infraestructura adecuada. En entrevista con médicos y enfermeras me di cuenta de otros aspectos relevantes en los hospitales públicos: el llenado de miles de formatos anuales de peticiones de necesidades que nunca son atendidas y sólo se llenan por inercia; la incapacidad de los médicos para atender a los pacientes debidamente dado que tienen que tienen que “atender” a un determinado número de pacientes por día, y lo más preocupante, una demanda cada vez mayor, con los recortes presupuestales y la creación del seguro popular, miles de trabajadores que no usaban la salud pública regresaron, y otros tantos miles que fueron integrados al seguro popular fueron agregados a población que se debía de tratar en los hospitales públicos, con el mismo personal, con las mismas camas y sin medicamento y equipo para tratarlos.
La crisis de la Influenza H1N1 en el bienio 2009-2010 sacó a flote las grandes carencias que como país teníamos en cuanto a salud, cuando los pacientes estaban en los pasillos o en espacios públicos del hospital. Lejos de aprender la lección, la situación se complicó por corrupción de desvío de fondos y por una política de salud que busca transparencia pero que no fue debidamente planeada en forma gradual. La creación del INSABI está en el papel pero no se ha implementado, y ya se venían arrastrando varios pendientes como la ausencia de medicamentos en hospitales públicos, que han hecho más complicado el panorama médico. Pese a todas estas carencias, los médicos y las enfermeras siguieron trabajando, aún en tiempo de violencia y con la amenaza de muerte por atender médicamente a alguien del grupo contrario, atendieron en tiempos de influenza, demostrando su compromiso social.
Sin embargo, la epidemia actual muestra tintes diferentes, primero, pese haber tenido tiempo de preparación no se dio la capacitación previa adecuada de cómo atender a un posible caso de coronavirus, lo que ha llevado a contagios masivos del personal médico como fue el caso de Monclova, en donde una veintena de personal médico fue contagiado por un paciente positivo. Debieron de haberse construido espacios ex profeso con indicaciones claras de cómo canalizar a personas con síntomas de la enfermedad. Segundo, la ausencia de material médico y equipos necesarios ya no sólo para la población derechohabiente, sino para el personal médico y de enfermería que lo atiende, se constituye en el aspecto más preocupante en este momento de epidemia, por la incapacidad para atenderlos debidamente y el riesgo acentuado en que se pone a este personal al atender a los enfermos sin la debida protección, de ahí la denuncia y la recomendación que los trabajadores del ISSSTE de Matamoros hicieron en torno a no contar con ningún material para atender a pacientes de coronavirus y que recomendaran que mejor permanecieran en sus hogares en caso de presentar algún síntoma. En este caso, resulta necesario a nivel estatal y local implementar medidas que refuercen los sistemas sanitarios con los que se cuenta.
Finalmente, y lo que más preocupa, a pesar de todas estas problemáticas que enfrenta el sector salud, son las situaciones de hostigamiento social, como los casos de Puebla o Guadalajara, en donde enfermeras y sus familias han sido agredidas por considerarlas portadoras del virus; mientras, otros países como Italia, España y Estados Unidos reconocen al personal médico, y a sus familias, por estar arriesgando la vida, en México de manera inexplicable los agredimos. Un comportamiento más empático de apoyo no solo emocional, sino material, por parte del gobierno y de la sociedad en general es necesario para acrecentar los escasos servicios y personal médico con que contamos.