La democracia conoce varias acepciones. Hay diversas interpretaciones de lo que significa el concepto y varios contenidos que se le asignan, dependiendo de la escuela teórica que la postule. Sin embargo, las elecciones figuran como uno de los mecanismos fundamentales de decisión popular para renovar gobiernos.
En definitiva, las elecciones libres, imparciales y periódicas, son un activo de las democracias modernas. No hay democracia sin procesos electorales que culminen en la emisión de los votos por parte de la ciudadanía.
En México la democracia procedimental, es decir, electoral, es de muy corta data. Estamos hablando que apenas en 1990 se dieron los primeros pasos para avanzar en la concreción de reglas claras para llevar a cabo comicios de manera regular cada tres años. Primero se avanzó a nivel federal y posteriormente en el ámbito local. Las mayores resistencias para elegir a quien habrá de gobernar se dieron a nivel local. Las élites se oponían a que el “pueblo ignorante” eligiera a sus gobernantes. Los caciques estaban acostumbrados a dirigir la vida pública de entidades y municipios. Hoy, la compra y coacción del voto es todavía una realidad en algunas entidades y no se diga la designación de candidaturas que se encuentra en mano de muchos(as) gobernadores(as).
Lo cierto es que la democracia no se agota en los procesos electorales. Hablar de democracia incluye otras variables centrales. Por ejemplo, la Teoría de la Calidad de la Democracia, que tiene entre sus principales exponentes a Leonardo Morlino, para quien las elecciones son importantes al situar los derechos políticos en el ámbito de la “igualdad”. Al lado de los derechos políticos se encuentran los derechos sociales y civiles. Pero hay otros 4 ámbitos fundamentales: Estado de Derecho o gobierno de la ley, rendición de cuentas, reciprocidad, libertad o solidaridad e igualdad. Otros estudiosos como Robert Dahl incluirían fuentes alternativas de información.
Cuando hablamos de elegir, si bien aludimos a un ámbito esencial, no agotamos la comprensión de la democracia. Es una forma económica de hablar, sobre todo en el terreno del debate, equiparar sin complejizar: voto y democracia. Esa idea se encuentra muy enraizada en el discurso político y académico mexicano.
Ante el largo periodo autoritario que padecimos en México (1929-1997), la larga transición a la democracia política llevó a que algunos grupos se erigieran como los paladines de dicha transición (por cierto, inconclusa), y pregonaran desde los medios de comunicación tradicionales y la academia que la democracia se había consolidado con las elecciones de 2000. A ese grupo se le conoce como los “transitólogos” y reconoce en José Woldenberg a su jefe máximo.
Para los transitólogos mexicanos basta con referir la mejora en los procedimientos de elección para afirmar que México arribó a la democracia gracias a su guía intelectual y ética. Antes de ellos, era el páramo democrático. Las verdaderas luchas, dicen, son las institucionales, es decir, las que se dieron en los órganos electorales. Por eso, no hay nada que cambiar, ellos nos dotaron de las mejores prácticas y normas electorales. El pretender dotar de contenido a la palabra democracia es simple discurso populista, agregan.
En el periodo que va de 2000 a 2012, el avance en términos de lo que señalan Morlino y Dahl fue a cuentagotas. Tomemos el indicador de “fuentes alternativas de información”. Los medios tradicionales de comunicación han visto crecer medios alternativos gracias a las redes sociales. Pero también, apenas a partir de 2018 se ha cerrado el flujo de recursos (sobre todo en el ámbito federal) del gobierno hacia esos medios, periodistas e intelectuales. Por eso su nuevo rol, en el que pugnan por volver al pasado, a la época de los grandes negocios. Sí, avanzamos en la democracia procedimental, pero la democracia sustantiva apenas inició hace un lustro. Y es combatida por todos los medios posibles por quienes pugnan por el regreso al pasado.
Dr. Víctor Alejandro Espinoza Valle
Presidente de El Colegio de la Frontera Norte
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