Aparte de la investigación sobre temas laborales, existe otra temática que me ha acompañado a lo largo de mi trayectoria como estudiosa social: el tema del campo y la actividad agrícola. Mi herencia campesina es una razón fundamental por la que he cultivado este tema. Mi tesis de licenciatura fue sobre la Disolución de las haciendas cañeras en la región de Cuautla, Morelos, en los años veinte. Posteriormente, he realizado trabajos históricos sobre el cultivo del algodón, del sorgo, en la región tamaulipeca, y más recientemente sobre pequeños productores en los ejidos de Matamoros. También he abordado la situación tan precaria que viven los campesinos en el Sur de Texas. ¿Porqué me preocupa el campo? Porque creo que es una actividad central que debería apoyarse primero para la producción de alimentos para el país y luego para la exportación. A pesar de esta relevancia, la agricultura ha sido totalmente relegada de los planes de gobierno, que ha llevado a una disminución sensible de la población empleada en ese sector, algunas estadísticas marcaban que solo poco más de 6 millones de mexicanos están empleados en este sector. Una población insignificante, si tuviera que producir alimentación para los 129 millones de mexicanos que somos.
Al campo mexicano, y a los que de ellos depende, gobierno, y más reciente el crimen organizado, le ha dado golpes mortales de los que será muy difícil que se recupere. Una historia rápida muestra que el campo comenzó su decadencia por la pérdida de apoyo a este sector, por la insuficiencia de tierras para el sustento familiar, por créditos agrícolas que son más apoyo para la sobrevivencia que para el estímulo de la actividad agrícola, por programas fallidos, de querer producir especies en donde no es posible producirlo o por políticas que consideran que un apoyo es dar semilla o el producto sin pensar en la necesidad de maquinaría, fertilizantes para una cosecha fructífera. Pero sin duda, uno de los golpes más fuertes al campo fue cuando se apoyo más a la agricultura de exportación que a la de subsistencia. Cultivos como el sorgo desplazaron, y siguen desplazando, a los cultivos del maíz o de frijol. En otras regiones se abrieron a la producción comercial que garantizará el producto todo el año, rompiendo con ciclos agrícolas, de productos como el jitomate o el chile, otros más se enfocaron en la producción de frutas exportación como el aguacate, la fresa y las denominadas berries. Estados como Sinaloa y Michoacán se convirtieron en ejemplos exitosos de esta agricultura de exportación. Los escasos programas gubernamentales que continuaron como Crédito a la Palabra, e incluso, el más reciente Sembrando Vida, han sido remedios superficiales a un sector en agonía.
Pero sin duda, un golpe mortal a la agricultura, lo ha constituido el asedio a las tierras agrícolas, y sus habitantes, por el crimen organizado. Testimonios como el de Teuchitlán, Jalisco, como espacios ocupados para actividades delictivas, de arrancar vida de miles de jóvenes, no es novedoso. Para analizar el daño al campo por la criminalidad hay que hacerlo en el largo tiempo, la etapa más reciente puede situarse a principios del siglo XXI, en el Norte de Tamaulipas, por el 2009, con la denominada guerra contra el narco, en Tamaulipas, en donde, en 2010, bodegas en una región agrícola productora de sorgo, como San Fernando, fueron utilizados para secuestrar y asesinar migrantes. Un crimen que aún queda por castigar a los responsables reales. En esos y hasta 2015, la violencia se enseñoreo en la frontera tamaulipeca de Matamoros a Ciudad Victoria y de Matamoros a Nuevo Laredo, y más tarde a la frontera coahuilense. Una parte de la economía estaba dedicada a la producción del sorgo, los ranchos fueron abandonados, en el mejor de los casos, por sus dueños, otros quedaron cuidados por los administradores, y otros, especialmente en San Fernando,, y zonas cercanas a Matamoros y Reynosa, fueron arrebatados de sus dueños para pasar a ser propiedad del crimen, en ellos se secuestraba, se retenía o asesinaba a cientos de personas. En los campos tamaulipecos, hace más de una década, testimonios, como los que se leen de Teuchitlán, acontecieron en esta región, y fueron denunciados en su tiempo, pero tenemos memoria muy corta y no los recordamos. El sadismo y crueldad narrada en los entrenamientos, son los mismos, o quizá hasta aumentados en crueldad, a los que sometían a cientos de viajeros o migrantes que venían al norte del país para cruzar o comprar productos. Quien escribe recibió testimonios de algunos sobrevivientes, reenviados por activistas locales, que fue incapaz de terminar de leer por el sadismo narrado, en donde se evidenciaba una involución en la naturaleza humana, al degradarnos más que la especie animal que mata por defensa o por comida. En el caso actual, se encontraron los objetos personales de las víctimas, en el norte, muchos equipajes, maletas, llegaron a las ciudades fronterizas sin dueño. El campo tamaulipeco, e incluso zonas protegidas como reservas naturales, como “El Cielo”, fueron denunciadas, como hoy se denuncia a Teuchitlán, e incluso en el mismo Tamaulipas, como zona de exterminio, en el 2017, se le llamo la “narcococina” más grande del mundo, (https://www.proceso.com.mx/reportajes/2017/8/8/biosfera-el-cielo-la-narcococina-mas-grande-de-mexico-189148.html), y ninguna autoridad hizo algo. Las víctimas de entonces, como las de ahora siguen clamando por justicia.
Lo más preocupantes es que los campesinos tamaulipecos siguen sufriendo el asedio de este crimen, cuando sus tierras son usadas como campo de enfrentamiento como en la región de Rio Bravo, e incluso minando las brechas, como si fuese zona de guerra, por donde circulan personas que aún se aferran a seguir produciendo en sus tierras, https://www.excelsior.com.mx/nacional/60-minas-terrestres-halladas-tamaulipas/1701720, el resultado ha sido la muerte de campesinos que lo único que hicieron fue circular por territorios que cultivan. El uso de este tipo de artefactos se ha generalizado también a estados como Michoacán.
Golpes más recientes al campo mexicano, se ha registrado en las antes exitosas zonas de exportación como la zona aguacatera de Uruapan, o más recientemente, los productores de limón. Agotados para el cobro de piso, por los enfrentamientos continuos, muchos de estos agricultores han decidido emigrar a otras tierras, abandonando sus cultivos a los que se han dedicado toda la vida, pero como un agricultor michoacano decía “es más importante la vida de nuestras familias” Pero no solo los cultivos para la exportación han sido afectados, la agricultura más tradicional en regiones de Chiapas o Oaxaca han tenido que abandonar sus tierras, como una forma de mantener la vida. Hoy los desplazados por la violencia constituyen un grupo central de los migrantes que arriban a la frontera.
Experiencias como las anteriores muestran solo una parte de los daños no colaterales sino estructurales que una violencia y criminalidad, a las que no se les ha puesto freno, han devastado al campo mexicano. Para encontrar la solución a esta violencia desmedida, me parece que lo primero es aceptar que la criminalidad, la impunidad, existen, y visualizarla como una historia de permisibilidades e impunidades desde gobiernos anteriores hasta recientes, que no han tenido la capacidad de crear políticas públicas integrales, que frenen la violencia y la criminalidad que domina todo el país. No se trata de ¿Quién la inicio? ¿Quién son culpables?, ni de satanizar a los gobernantes actuales, sino de asumir una responsabilidad social que todos los gobernantes, de todos los colores, han evadido: regresar la paz al país. En cierta manera, la violencia, no solo ha dañado estructuralmente al campo sino a toda la sociedad mexicana, sanar significa aceptar que el problema existe, y que lo queremos solucionar.
Cirila Quintero Ramírez
El Colegio de la Frontera Norte, Unidad Matamoros
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