Dicen los sabios que el fútbol es lo más importante de las cosas sin importancia. Sin embargo, miles de millones de habitantes de este planeta se empeñan a diario en llevarles la contraria. La controversia comienza con el divorcio entre el fútbol juego y el fútbol negocio. Celebrar un mundial de fútbol en Qatar ya fue motivo de sospecha en su día, un país sin tradición futbolística, ni estadios de fútbol, pero donde abundan el gas natural y el dinero. El calor antideportivo del desierto no pudo con el ostentoso skyline de Doha, moderno paisaje de la opulencia arábiga. Por eso este Mundial híbrido ha mostrado las miserias de la geopolítica deportiva y la plutocracia capitalista, la capacidad corruptora de los petrodólares y, otra vez, los despreciables por codiciosos intereses de la FIFA Inc. Y, en el colmo del cinismo, el Presidente de la FIFA, el italo-suizo Gianni Infantino ha declarado que el de Qatar ha sido el mejor mundial de la historia.
Ciertamente, Infantino heredó esta designación mundialista, pero hoy se investigan indicios de soborno para conseguirla. Ignorar que en Qatar la democracia está perseguida al igual que la cerveza o las relaciones homosexuales, que las mujeres están oprimidas por leyes machistas y unos usos y costumbres misóginos (feminifóbicos), o que en la construcción de los estadios y otras infraestructuras mundialistas se estima que fallecieron 6500 trabajadores inmigrantes, entre otras tragedias, es negar que este mundial fue una derrota para quienes creen en las libertades individuales, los derechos humanos, la democracia y el fútbol.
Estas imposturas ideológicas o el negocio turbio apadrinado por la FIFA no son algo nuevo. Un mundial de fútbol es un híbrido –en el sentido de monstruo estéril–, que entremezcla aficiones y fuentes de emociones placenteras tal como lo experimentan aficionados y jugadores, con el negocio que prostituye al fútbol. La fórmula es antiquísima, los antiguos griegos supieron explotar las rivalidades y triunfos en los Juegos Olímpicos y los romanos llenaron el imperio de esos coliseos, equivalentes a los actuales estadios deportivos, para que el pueblo se saciara y desahogara con el pan y circo. Un pueblo comido y entretenido deja que gobernantes y negociantes parasiten sus vidas y los exploten. El fútbol prostituido produce ciudadanos-zombis.
La intrahistoria, que diría Unamuno, del mundial de Qatar ha dejado algunos goles memorables, como el gol de falta de Chávez para México, jugadas sorprendentes como la del empate de Países Bajos en el último segundo de la prórroga a Argentina, algunos partidos trepidantes como el de Croacia eliminando a Brasil, los de Marruecos eliminando a España y Portugal, el Francia contra Inglaterra o contra Marruecos. Gestos icónicos como la fotografía del equipo alemán posando con la mano en la boca para denunciar la falta de libertad de expresión impuesta por la FIFA. El equipo iraní negándose a cantar el himno en su primer partido como protesta contra la represión de las manifestaciones populares, especialmente de mujeres, en Irán. Las lágrimas de Neymar o Cristiano Ronaldo. Sorpresas como las de la selección de Marruecos, con jugadores nacidos en España, Países Bajos, Francia o Canadá y cuyas victorias se celebraban lo mismo en Tánger que en Madrid, en Marrakech y Bruselas, en Casablanca y París, vitoreados por sus inmigrantes.
Este Mundial denigró a Qatar y a la FIFA. El estado qatarí que sobornó a eurodiputados del Parlamento Europeo. Enhorabuena Argentina. El próximo campeonato se celebrará en México, USA y Canadá en 2026. The show must go on.
Dr. Guillermo Alonso Meneses
El Colegio de la Frontera Norte