La pandemia del COVID-19 ha hecho patente que las ciudades son espacios que generan y reproducen la desigualdad, incluidas la de género. La crudeza de este hecho, sin embargo, siempre ha sido ostensible para las mexicanas quienes en forma cotidiana experimentan la discriminación aún en ejercicio de una actividad tan básica como el uso de los sanitarios en lugares públicos.
Las largas colas de mujeres esperando entrar al “baño” en aeropuertos, cines, oficinas de gobierno, o en los propios centros de trabajo son un recordatorio de los privilegios reservados por la sociedad a los varones, quienes entran y salen de los baños en esos lugares satisfechos de atender, con la rapidez que amerita sus necesidades fisiológicas.
Definitivamente las largas colas en los baños públicos son una manifestación inequívoca de la posición que ocupamos las mujeres en la jerarquía social, y del lugar que tenemos en la lista de prioridades de los que diseñan y planean los espacios públicos en México.
En países más avanzados, los esfuerzos por introducir políticas y reglas que buscan cerrar la brecha en el acceso de género a los servicios sanitarios tienen más tres décadas. El primer paso para promover una equidad de género en la materia es hacer visible estas disparidades y reconocer que existen factores de género, fisiológicos y socioculturales, que hacen que las mujeres demanden con mayor frecuencia y que usen por periodos más prolongados los servicios sanitarios.
Como mujer en la transición a la vejez y como académica interesada en la salud de las mujeres, considero importante contribuir a “visibilizar” esta desigualdad, que pareciera ser poco relevante para los tomadores de decisiones a pesar de que tiene implicaciones para la vida cotidiana y el bienestar de todas las mexicanas.
Quién no ha escuchado a la hija o hijo de alguna amiga decir en tono jocoso “mi mamá, conoce todos los baños de la ciudad”, o a una mujer decir, “este embarazo me ha convertido en una esclava del sanitario”, o bien, como dice mi hermana de 75 años, “yo me siento aquí, cerquita del baño, porque ya sabes que tengo la vejiga muy chiquita”. Condiciones fisiológicas asociadas a la salud reproductiva femenina, tales como el embarazo y la menstruación, son sólo dos factores que incrementan la razón mujer-hombre en el uso de los servicios sanitarios.
Aunado a lo anterior, las mujeres debemos incorporar el rol de crianza y de cuidadoras de adultos mayores que son dos tareas que demandan ser estratégicas respecto a dónde debemos sentarnos o pararnos en los eventos públicos para enfrentar el menor número de obstáculos al momento de acompañar a nuestros pequeños retoños, o a nuestras envejecidas abuelas o madres al sanitario más cercano. Lo anterior, a sabiendas de que habrá tiempo de espera que, algunas veces nuestros pequeños o adultos mayores no podrán manejar adecuadamente.
Además de los eventos reproductivos y el rol de cuidadoras, hay condiciones de salud que afectan desproporcionadamente a la población femenina. Por ejemplo, al compararlas con los varones, las mujeres tienen de dos a cuatro veces más riesgo de experimentar incontinencia urinaria.
De acuerdo a mis propios estudios, una consecuencia de la incontinencia urinaria es que produce cambios de conducta, donde algunas mujeres se retraen de su vida social, reduciendo la asistencia a eventos públicos o espacios recreativos por temor a tener un accidente o debido a los tiempos de espera asociación al uso de los servicios sanitarios.
De acuerdo al censo 2020, en México las mujeres en edad reproductiva y envejecida representan poco más del 75 por ciento de la población femenina en el país, esto es poco más de 48 millones.
Tan solo la población femenina de 65 años y más representa alrededor de 5.5 millones. Al respecto, los estudios sobre el envejecimiento en México han explicado profusamente los impactos sociales y económicos de este fenómeno, y en especial los riesgos crecientes del desfase entre prácticas sociales estáticas y la evolución de las estructuras demográficas del país.
Esto último podría contribuir a incrementar las disparidades de género existentes en el acceso al uso y disfrute de espacios públicos y, por lo tanto, a la participación plena de las mujeres en la vida pública del país.
Como señala Lefebvre, los espacios públicos “son productos ideológicos y de poder político”, por lo que su diseño contribuye a reproducir relaciones de desigualdad y valores antidemocráticos y sexistas.
Aunque en el contexto mexicano, la “potty parity”, por usar el término inglés, pareciera ser un tema inocente, las inequidades en el acceso a los servicios sanitarios son un asunto muy serio para miles de mexicanas de todas las edades, pero particularmente para las mujeres envejecidas.
Según la revista “The Atlantic”, en el estado de California la primera regulación para alcanzar la “potty parity surgió en 1987 a iniciativa de un senador que, durante un concierto de Tchaikovsky, observó a su hija hacer una larga fila, antes de poder ingresar al baño.
Las mexicanas no debemos esperar para exigir cambios en los códigos de construcción que incluyan una razón de 2:1 en el número de sanitarios por construirse en los espacios públicos. Sin duda estas acciones son críticas para contribuirán a cerrar la brecha de género en el acceso a los servicios sanitarios.
Dra. Hilda García Pérez
El Colegio de la Frontera Norte