Hace algunos años en una plática con una epidemióloga, me comentaba de un estudio sobre los factores de riesgo del cáncer cervicouterino el cual había hecho entre varias mujeres de la frontera Sonora-Arizona, le pregunté si había diferencias por sector económico, por lugar de vivienda, por estatus migratorio, y me contestó que esos factores no se evalúan sino solo los indicadores médicos de los individuos de cómo se desarrolla y extiende las enfermedades (mayormente infecciosas) entre la poblaciones humana.
Hace un año, quise organizar una conferencia para mujeres, pensé en invitar a médicos (as) que trataran las enfermedades y padecimientos de las mujeres en diferentes etapas de su vida: niñez, pubertad, adultez y vejez. Todos los médicos me recomendaban a ginecólogos, y les decía que no, que yo quería un especialista en pediatría para niñas, me dijeron que no había esas diferencias por género en medicina que el cuerpo humano de niños era tratado igual, independientemente si era niña o niño. Como socióloga, ambos comentarios me sorprendieron porque no alcanzaba a creer que la parte social no estuviese presente en los estudios de medicina, cuando lo que caracteriza al ser humano es su variabilidad temporal y espacial. El mismo pensamiento tengo ahora que experimentamos la pandemia del coronavirus. La infinidad de noticias se han centrado en la parte médica, económica y política de esta enfermedad, sin embargo, poca referencia se hace a sus causales, condicionantes y efectos sociales. Factores que en mi opinión, no deberían ser olvidados, dado su relevancia para buscar alternativas acordes a cada país y región. Las recomendaciones generales pueden ser un marco general de prevención y cuidado, pero las particulares deberían de provenir de las características socioeconómicas de cada región para evitar más contagios y acentuación de la epidemia. A continuación menciono algunos factores sociales que me parece hay que considerar para un mejor dimensionamiento de la enfermedad.
El coronavirus es una enfermedad que muestra la globalización de la vida social. Al ser declarada pandemia, se reconoce su potencialidad de afectar a cualquier ser humano del planeta. Así pues, ahora no solo compartimos globalmente formas de comida, bebidas, diversiones, compartimos también exposición a nuevos virus y bacterias, las cuales se movilizan con rapidez a cualquier territorio y espacio a través de la acelerada movilidad humana que tenemos. De acuerdo a los primeros estudios, el Covid-19 es una variante más, compleja y difícil, de las gripes, por lo que se tornará en una enfermedad estacional y recurrente, de ahí la búsqueda de una vacuna como lo hay ahora del H1N1. Es evidente que como sociedad, somos más reactivos que proactivos al tratamiento de enfermedades que se han venido anunciando desde hace tiempo, pero que tratamos de manera coyuntural más que de manera más compleja. Evaluamos como si los virus no cambiasen o se modificasen, cuando de acuerdo a médicos hay características novedosas en su comportamiento.
El surgimiento del Covid-19 ha sido asociado a la transmisión de un animal a humano, al igual que otras enfermedades como la gripe aviar, la porcina, el SARS. Parecería haber una condena velada del mundo animal y su peligro hacia el ser humano cuando debería ser al revés. Así lo muestra, la invasión a territorios en donde viven, así como el uso intensivo y depredador que hacemos de animales para alimentarnos, las condicionantes deplorable de crianza masiva de los mismos, elementos que en algún momento tendrán también un efecto para la salud humana, de no corregirse.
La incapacidad para parar la enfermedad también evidencia la escasa inversión que los gobiernos nacionales dedican a la investigación médica, así como la incomprensión y valoración del trabajo científico en el área de salud, y del largo proceso que debe recorrer la formulación de medicamentos para atacar enfermedades desconocidas. Todo mundo quiere una vacuna y no se evalúa que la rapidez también puede conllevar efectos contraproducentes, de ahí la mesura de los equipos de investigación en que pese a la presión social, busquen cumplir con todos los parámetros fijados para la liberación de la vacuna y su uso en los seres humanos. Los médicos no solo trabajan en la vacuna, sino en la detección y el tratamiento. Es decir una tarea harto compleja que llevará al menos medio año. El punto central sería que como bien lo propuso el médico argentino, el Dr. Alfredo Miroli, que esa vacuna sea declarada universal y de uso para toda la población mundial y no quede en manos de laboratorios médicos transnacionales como ha sido con otros medicamentos para el cáncer o el SIDA.
Ahora bien, al ser analizado la interacción del virus con el cuerpo humano como un comportamiento homogéneo, las recomendaciones de prevención y cuidado también parten del escenario promedio en donde fue estudiado y tratado este virus, es decir una sociedad en donde existen ciertos individuos y condicionantes sociales y económicos, con determinada genética, hábitos alimenticios, etc.; una vivienda con la dotación de servicios públicos básicos para toda la población, de ahí la recomendación de lavarse las manos, de sociedades con una mayoría de empleos formales y acceso a equipos de comunicación remota, de ahí la recomendación de permanecer en casa y trabajar a distancia. Sin embargo, cuando esas recomendaciones se quieren trasladar a espacios como los latinoamericanos simplemente no funcionan porque no hay esas condicionantes sociales. Al menos en México, la características de la población son muy diferentes,, por ejemplo, un porcentaje alto tiene diabetes, el 56% de la Población Económicamente Activa está la informalidad, entonces: ¿cómo pedirle a una persona que permanezca en casa cuando necesitan trabajar para sobrevivir?. Tampoco se cumple con los supuestos para lavarse las manos continuamente, ¿cómo pedírselo a los habitantes de cientos de colonias de la Ciudad de México, del Valle de México, de las colonias periféricas de las ciudades medias, que no cuentan con este servicio? Asimismo, ¿qué clase de distanciamiento social pueden tener las familias en casas de interés social de 45, 60 o 90 metros cuadrados?, muchas de las cuáles han sido diseñadas más como dormitorios que como espacios de convivencia. Así pues, las recomendaciones pueden servir para clases medias y altas, con empleos formales pero no para la gran mayoría de mexicanos.
El reto de las autoridades gubernamentales es complementar estas recomendaciones generales con medidas particulares acordes al país, donde se privilegie a la mayoría de la población y no a unos cuantos. He leído programa de apoyo a empresas, microempresas, pero no se vislumbra por ninguna parte un plan para atender a trabajadores, migrantes o comunidades marginadas, y estos sectores, aunque en los laboratorios no estén presentes, en las políticas públicas que se emprendan para frenar una posible epidemia deberían estar, sin embargo, las medidas gubernamentales y empresariales hasta el momento, muestran que lo social es lo que menos importa.
Dra. Cirila Quintero Ramírez
El Colegio de la Frontera Norte