Una de las condiciones que ha empoderado a las mujeres en las últimas décadas es el acceso a la educación y por lo tanto a un empleo que les garantice su independencia económica. Sin embargo, sin importar el nivel educativo adquirido, persiste la creencia de que existe un sesgo salarial entre mujeres y hombres, incluso en los países en desarrollo.
Por ejemplo, de acuerdo al Censo de los Estados Unidos, la brecha salarial en 2019 fue de 19 por ciento, lo que quiere decir que en general, las mujeres percibieron 81 por ciento del salario de los hombres. Los escépticos atribuyen estas diferencias a que las mujeres desempeñan labores consideradas tradicionales y con menor remuneración a las que desempeña el sexo opuesto, por lo tanto, la brecha salarial es inevitable mientras haya mayor proporción de mujeres desarrollando actividades con baja remuneración. Se podría decir que más educación no significa acceso a mejores empleos.
Cabe preguntar si a lo largo de estas décadas de movimientos por la inclusión de las mujeres además de aumentar su participación en el sistema educativo, han diversificado la gama de educación profesional a la que han accedido.
En las etapas tempranas de desarrollo de las personas germinan los gustos y preferencias por realizar actividades que posteriormente se pueden formalizar a través de la educación profesional.
Actualmente, las generaciones de mujeres jóvenes tienen abiertas las oportunidades para poder incursionar en actividades y labores que antes estaban restringidas o eran socialmente inaceptables. Por lo tanto, se puede esperar que las niñas y adolescentes de ahora sueñen con cursar carreras profesionales no tradicionales, que sus expectativas laborales sean más variadas y con mayor alcance económico. En la realidad, ¿esto es así?
Lo que se sabe es que las aspiraciones de los jóvenes han cambiado poco a través del tiempo. En la última encuesta aplicada por el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA por sus siglas en inglés) en 41 países (incluyendo a México), se preguntó a estudiantes de 15 años sobre sus expectativas laborales, en qué sueñan. En concreto, se les planteó la pregunta ¿qué ocupación laboral esperan tener a la edad de 30 años? En particular, las respuestas de las jóvenes estudiantes se concentraron en diez ocupaciones en las que esperan trabajar; la más citada la de doctora, seguida por maestra, administradora de negocios, abogada, enfermera, psicóloga, diseñadora, veterinaria, policía y arquitecta.
En 2018, más de la mitad de las adolescentes escogió entre esas diez ocupaciones. Si se compara con la encuesta de 2000, encontramos que antes se mencionaban un mayor número de ocupaciones, por lo que en lugar de ampliar las expectativas a futuro, las adolescentes están escogiendo no solo ocupaciones relacionadas tradicionalmente con las mujeres, sino que están reduciendo sus opciones para desarrollarse laboralmente.
Por el otro lado, en el caso de los adolescentes las primeras tres ocupaciones que más mencionaron fueron las de ingeniería, administrador de negocios y doctor. Esta información sugiere que gran parte de las diferencias salariales podrían estar relacionadas con el tipo de actividad laboral desarrollado por mujeres y hombres.
Las mujeres no pueden ser lo que no pueden ver. La oferta educativa y el libre acceso a ella, por sí solas, no van a generar cambios en los gustos y preferencias que hacen que las adolescentes aspiren a un número limitado de carreras educativas y ocupaciones laborales. En la etapa de formación educativa, requieren también familiarizarse con las experiencias de otras mujeres que desarrollan trabajos no tradicionales o que desafían estereotipos de género, para que de esta forma ellas puedan ampliar sus aspiraciones.
Más y mejor educación no garantizan un mejor trabajo. Es importante que la educación impartida en escuelas también sea acompañada con orientación vocacional, para que las estudiantes conozcan antes de definir su carrera, las actividades y habilidades que se requieren en diferentes áreas del conocimiento. Los resultados de la prueba PISA muestran que las aspiraciones laborales de la juventud en el mundo han cambiado muy poco entre 2000 y 2018, por lo que se espera que las diferencias salariales persistan si no se aplica un enfoque más integral.
Dra. Belem Vázquez Galán
El Colegio de la Frontera Norte