Pasaportes celestiales y fronteras cerradas

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Opinión de Óscar Misael Hernández Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

viernes 1 de octubre de 2021

Nadie lo imaginaba, pero los controles migratorios operan hasta en el cielo, según afirmó Francisco Garduño, titular del Instituto Nacional de Migración, durante la visita que realizó el 23 de septiembre pasado al campamento de migrantes haitianos en Acuña, Coahuila. Aunque su aseveración intentó ser “un ejemplo, no similar”, para ilustrar que ningún país tiene fronteras abiertas, se presta para hacer varias reflexiones.

Primero, la analogía de Garduño de inmediato nos remite a la imagen de San Pedro como el gran comisionado migratorio que monopoliza las llaves de las puertas del cielo y, por default, puede abrir o no la entrada a las almas solicitantes de refugio, quienes alegan tener buen corazón y miedo creíble de ir al infierno. Ante esta consideración, el cielo y el infierno conforman dos espacios con una frontera delimitada, que las almas intentan cruzar, aunque en varios casos no lo logran de inmediato y permanecen en el purgatorio: un tercer espacio en el que las almas deben purificar o expiar sus solicitudes.

Segundo, más allá del aparente absurdo de la analogía de Garduño, la referencia a los controles migratorios en el cielo también nos lleva a pensar en dicotomías relacionadas con las fronteras terrenales: el cielo/arriba, infierno/abajo, el cielo/norte, infierno/sur, los buenos/regulares, malos/irregulares. En síntesis, para subir/entrar al cielo hay que pasar por un control migratorio, contar con un pasaporte vigente, que San Pedro revisará, aunque las probabilidades de ingresar son mínimas considerando que solamente se les dará refugio a 144,000 almas, según el libro de las revelaciones.

Tercero, allende la mofa que se pueda hacer, es evidente que el “ejemplo” de Garduño para ilustrar el control fronterizo así en el cielo como en la tierra –parafraseando la película dirigida por José Luis Cuerda en 1995-, constituye una antítesis con el ministerio de la Iglesia Católica referente a “apoyar al forastero”. Los migrantes, los refugiados u otros sujetos en movilidad o desplazamiento territorial, para la Iglesia vienen a representar un doble simbolismo: por un lado la situación itinerante del Jesús de Nazaret, y por otro la condición de sufrimiento del Cristo crucificado.  

Así, al menos para la Iglesia Católica, las y los migrantes encarnan la vida y el cuerpo vulnerable de Jesucristo. Pero además, la Iglesia en sí misma se concibe como “la madre” que tiene obligación de cuidar a los migrantes, como hace unos años expresó Pietro Parolín, Secretario de Estado de la Ciudad del Vaticano. Es decir, los migrantes son los cuerpos vulnerables, sufrientes y vulnerados en sus países, en los de tránsito o los de destino. Ante esto, es posible que los controles migratorios celestiales no existen para aquellos que ya vivieron como forasteros en fronteras terrenales cerradas, o quizás sí tengan que llevar sus pasaportes.

Cuarto, a pesar del ministerio de “apoyar al forastero” que instituciones religiosas como la Iglesia Católica u otras denominaciones abrazan, es un hecho que ante el cierre de fronteras por políticas migratorias, pandemia u otras razones, cada año mueren cientos o miles de migrantes. Específicamente, de enero de 2014 a octubre de 2019 murieron 667 migrantes en Centroamérica, 621 en el Caribe y 2,243 en la frontera México-Estados Unidos, según el Missing Migrants Project de la Organización Internacional para las Migraciones. Por supuesto, es sólo una estimación de las almas que ya presentaron sus pasaportes en el cielo, aunque desconocemos si les dieron refugio.

Lo cierto es que, al menos en el plano terrenal, las fronteras cerradas son una realidad y los controles migratorios los candados y llaves que las mantienen así. El titular del Instituto Nacional de Migración tiene razón al señalar que “no hay países de fronteras abiertas, todos tienen condición migratoria”. Por su puesto, su referencia inmediata es México, donde desde junio de 2019 se transitó de una política migratoria de puertas abiertas a otra de puertas (y ventanas) cerradas; de un comisionado con enfoque derechohumanista a otro con experiencia en penales federales; de depuraciones en el Instituto Nacional de Migración a agresiones públicas contra los migrantes por parte de algunos agentes y de elementos de la Guardia Nacional. 

Los miles de migrantes varados en ciudades del sur del país como Tapachula -ciudad cárcel o prisión, como algunos medios la han adjetivado-, más los miles de migrantes varados en ciudades del norte como Acuña, ponen en evidencia cómo operan los dispositivos de control migratorio para cerrar las fronteras, y en el proceso, la construcción de argumentos territoriales y pseudoteológicos para justificarlos.

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