En el año 2020, el Consejo Nacional de la Evaluación para la Política Social (CONEVAL) reportó 55.7 millones de mexicanos en situación de pobreza, de los cuales 83% resultaron pobres moderados y 17 % pobres extremos. La metodología usada para alcanzar estas cifras emplea un enfoque multidimensional que combina umbrales mínimos de bienestar con un número determinado de privaciones sociales. De esta manera un pobre extremo (moderado) es clasificado como aquel individuo que está por debajo de la línea de ingresos estimada para comprar su canasta de consumo básica y que, además, padece (menos que) tres o más privaciones de un total de seis. Por oposición, quien se encuentra por debajo de alguno de estos umbrales es considerado vulnerable por ingresos o por privaciones sociales, pero quien no cae en ninguna de estas categorías es, entonces, contabilizado como no pobre y no vulnerable, como sucede con apenas el 23.7% de los mexicanos en 2020.
Con el afán de captar las múltiples facetas de la pobreza, algunas instituciones internacionales han formulado diversos criterios sobre niveles y tipos de pobreza, así como algunos métodos estadísticos para analizar la evolución de las privaciones sociales. Mediante el apoyo de estas herramientas ahora es posible distinguir entre pobreza absoluta y relativa, urbana y rural, infantil y adulta, crónica y transitoria o entre pobreza basada en un grupo de privaciones (alimentaria, habitacional, laboral, energética) y pobreza resultante de variables construidas con índices de desarrollo humano o de cohesión social. El cúmulo de conocimiento involucrado en cada caso es monumental porque incluye, entre otras cosas, la contribución centenaria de varias profesiones. El rigor derivado de esta interdisciplinariedad ha dotado de tal prestigio a las organizaciones encargadas de medir la pobreza que pocos dudan de la rigurosidad de sus resultados.
Pero, pese a estos loables esfuerzos, no hay que olvidar que la pobreza, entendida como fenómeno global, no es medible ni jerarquizable en sus componentes. Estas características ponen límites temporales a la validez de cualquier cálculo de la pobreza y obliga a los organismos oficiales a ajustar continuamente sus metodologías de medición. Concretamente, cuando decimos que la pobreza no es completamente medible es porque no podemos enumerar todos sus componentes, de tal suerte que podamos separarlos, calcular sus medidas individuales y, luego, sumar dichas medidas para obtener un indicador único y universal. La pobreza es una categoría muy elusiva cuyo número y métrica de sus componentes son determinados con cierto grado de arbitrariedad a causa de su multifacética naturaleza. Para entender esto basta recordar que las variables que usan los organismos para medir la pobreza son, básicamente, aquellas susceptibles de cuantificarse (ingresos, educación o acceso a servicios de salud, entre otras). Sus atributos cualitativos, como la violencia, humillación, marginación o exclusión social, son ignorados o representados indirectamente mediante constructos traducidos a escalas numéricas. Esta falta de completitud y de métrica común hace que la pobreza no sea medible ni cuantificable en su totalidad sino, más bien, aproximable. Si a esto agregamos que las estimaciones sobre las variables incluidas tienen diferentes temporalidades y traslapes, entonces queda claro que esas aproximaciones están, además, condicionadas y sujetas a mucha variabilidad.
Como consecuencia, tampoco hay manera de jerarquizar la importancia de los componentes de la pobreza. Esto significa que, a menos que asignemos ponderadores, por ejemplo, a las privaciones sociales, no es dable conocer sí, por ejemplo, la falta de acceso a los servicios básicos de la vivienda es más urgente de resolver que el rezago educativo. Pero la decisión de asignar esos ponderadores es consensuada, tal como ocurre en la práctica, y no ayuda a identificar las privaciones que afectan la presencia de otras privaciones, incluidas o no, en las medidas de pobreza. Este aspecto es crucial para el combate de la pobreza porque si no se identifica al grupo de privaciones determinantes (primarias) y determinadas (secundarias), ni se entiende su relación con los factores del entorno económico, social y cultural, es imposible instrumentar políticas públicas que destraben las trampas de pobreza. La controvertida eficacia de los programas asistenciales, en los que se privilegian las transferencias monetarias, es, en parte, resultado de la falta de conocimiento contundente sobre dicho aspecto.
De aquí que las funciones de organismos como el CONEVAL sean muy complejas, porque además de producir medidas relativas de un fenómeno que, en su conjunto, no es medible sino aproximable, tienen que reorientarse a suministrar información sobre la prelación y grado de respuesta de las variables de la pobreza a los instrumentos de política pública. De otra manera, sus tareas de medición tendrían muy corto alcance.
Dr. José Carlos Ramírez
El Colegio de la Frontera Norte