Las opiniones expresadas son responsabilidad de quien las emite y no reflejan necesariamente una postura institucional de El Colegio de la Frontera Norte.
Desde hace décadas, la única opción que teníamos muchos mexicanos de las clases baja y media baja para estudiar un posgrado era mediante la obtención de una beca. Una beca ligada al desempeño escolar, no concedida de manera universal. Esto nos obligaba a dedicarnos íntegramente, y esforzarnos a obtener el promedio necesario para mantener la beca, y así poder culminar una maestría o doctorado de calidad y excelencia académica. El dedicarse íntegramente al estudio era posible porque teníamos resuelto, e incluso colaborábamos, a la manutención de nuestros hogares. Recientemente, se publicaron los resultados del Sistema Nacional de Posgrados (SNP), que sustituye al Sistema Nacional de Posgrados de Calidad (SNPC). Los resultados son por demás preocupantes. Una parte considerable de Posgrados con una larga trayectoria de calidad y excelencia académica, reconocidos incluso internacionalmente, han sido situados (por no decir degradados) en la categoría 3, denominados como posgrados profesionalizantes (categoría 3), y cuya beca queda supeditada a suficiencia presupuestaria, no queda del todo claro, que significa el término de profesionalizante, en el pasado se aplicaba a los posgrados más vinculados con la solución de problemáticas que con la realización de investigación para la generación de conocimiento. Sin embargo, esto no aplicaría para varios de los programas situados en esta categoría, dado que, en varios de ellos, las cuestiones epistemológicas y teóricas constituyen la base fundamental para generar tesis originales que abonen al conocimiento de las temáticas estudiadas.
Las alarmas se han encendido por lo que esto implica para la educación y el futuro del país, al dejar sin apoyo a decenas de programas de posgrado en universidades públicas, se cierra el camino a formar científicos que se dediquen a la investigación de calidad, garantizando su dedicación total a sus estudios. Por otro lado, con la exclusión de posgrados, se desconoce el trabajo de cientos de cuerpos académicos que han trabajado durante décadas para incrementar la calidad de los posgrados en universidades públicas. En algunas universidades, sin la ausencia de presupuesto, es posible que varios programas de posgrado desaparezcan. Para algunas universidades, que fueron afectadas de manera devastadora, al retirárseles el apoyo, como el caso de la Universidad Autónoma de Coahuila, en donde el 90% de sus posgrados quedaron sin apoyo, o la Universidad Autónoma Metropolitana, en donde el 70% de sus posgrados ya no se recibirán becas (https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/2023/el-97-de-posgrados-de-uadec-pierden-financiamiento-de-conahcyt.html), este golpe llevará al colapso de los posgrados en las universidades públicas, cómo apunta la Rectora de la Universidad de Querétaro. Otro aspecto es también relevante, la misma rectora ha señalado la exigencia de firmar por parte de las universidades públicas un documento de gratuidad, como condición para acceder a las becas del SNP, (https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/Programas-de-posgrado-estan-a-punto-del-colapso-en-universidades-publicas-20230815-0025.html). Estas cuotas, aunque simbólicas constituyen un ingreso importante para la Universidad, especialmente en tiempos de austeridad. Empero, no solo las universidades públicas han salido afectados a los denominados Centro Públicos de Investigación (CPI) tampoco nos fue muy bien, muchos de nuestros programas fueron evaluados como profesionalizantes, otros como los del CIDE, la evaluación consideró que el 89% de sus programas quedaría sin beca.
La eliminación de apoyo a los posgrados es la continuidad de políticas públicas de educación fallidas. De no considerarlo como un área nodal para el progreso del país. Uno de los grandes sueños que tenemos muchos de los que nos dedicamos a la academia es el incremento del PIB a la educación, que, según los últimos datos en 2018, se dedicaba el 4.3%, en comparación a países como Israel en donde poco más del 7% se dedicaba a este rubro. Lejos de ello, el presupuesto a la educación, y la cultura, se había contraído de manera preocupante, como lo muestran algunos datos del 2022, https://www.eleconomista.com.mx/politica/El-gasto-en-educacion-con-una-caida-de-10.1-20220830-0002.html. Los efectos no se han dejado esperar, menor capacidad de aceptación de estudiantes de las universidades públicas, según datos la UNAM rechazo al 90% de sus aspirantes (https://www.jornada.com.mx/notas/2023/07/22/politica/quedan-fuera-casi-90-de-aspirantes-a-licenciatura-de-la-unam/#:~:text=S%C3%B3lo%2010.5%20por%20ciento%20de,180%20mil%20166%20fueron%20rechazados), la Universidad de Guadalajara rechazo al 60% de sus aspirantes, (https://www.jornada.com.mx/notas/2023/08/09/sociedad/rechaza-udeg-a-60-de-aspirantes), y así otras tantas universidades públicas. Ante este rechazo miles de jóvenes, especialmente de la clase baja y de la media, habrán de buscar otras opciones educativas o ingresar a un mercado laboral por demás precarizado. Negándoles con ellos la oportunidad de mejorar su calidad de vida. Muchos seguimos pensando, aunque la realidad nos cuestione, que la educación es la única forma de mejorar no solo la vida individual sino de todo un país, por eso no se puede estar más de acuerdo con lo expresado por el rector de la UNAM: “un país pobre en educación, no tiene futuro”, (https://www.imagenradio.com.mx/un-pais-con-pobre-educacion-no-tiene-futuro-enrique-graue). Una declaración que habría que preocupar y obligar a revisar las políticas públicas educativas que se están diseñando y el impacto negativo que tendrán en el futuro del país.
Hace más de una década, escuché a un compañero investigador, especialista en educación, que, hacia un contraste entre generaciones de mexicanos, y decía que los niños de clase baja, nacidos en los años sesenta y parte de los setenta, habían tenido, el 60% la posibilidad de ingresar a la universidad; en tanto que la generación nacida en los años ochenta, la probabilidad se había reducido al 30%. Sin ser especialista en educación, me atrevería a decir que, para las generaciones, nacidas de principios del presente siglo, el porcentaje de ingreso a la universidad no solo se ha reducido, sino que le hemos cerrado la posibilidad a miles de jóvenes mexicanos de ingresar a una carrera universitaria, y con ello, la posibilidad de tener un futuro mejor para ellos y su familia. Ante estas consideraciones, quizá habría que plantear la pregunta de este artículo, y titularlo: ¿Quién podrá estudiar en el futuro?
Cirila Quintero Ramírez
El Colegio de la Frontera Norte