Seguimiento imaginario a una bota de la Sedena

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Opinión de Jesús Pérez Caballero Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

martes 13 de noviembre de 2018

A Kenji Kishi Leopo

Imagine el lector un tianguis en el noreste de México. Una fruta brilla, otra tiene gloomy end. Se escucha música de banda, con sus iluminadoras verdades grasientas. Montículos de ropa con promo y la camisa soñada, aún sin un botón. En uno de los puestos, una bota de la Sedena. Camuflada, como si posara de perfil. Junto a ella, sobre la mesa de plástico, tenis Fila –falsos-, zapatos de piel de vaca –verdaderos-, una carátula del DVD F for Fake (Orson Welles, 1973) y espejitos de maquillaje.

La bota es de la Sedena –pie izquierdo- y no hace falta certificarlo. La señora que la vende no otorga certificados, ni es madre de soldado. La bota es tan de verdad que si se la riega brota un soldado de Tapachula.

Un día llega al tianguis un periodista nuremburgués –así se llama a los de Núremberg, Alemania-. Aterrizó en Texas, volará al D.F. y se topa con esta bota. Consulta Internet: bota de la Sedena “versión pixelada desierto”, no debería estar ahí. “Disculpe, señora. Y la otra bota, ¿qué?” La señora estira sus pies. Calza tenis Fila. El nuremburgués vino a escribir un reportaje sobre los juicios a Heckler & Koch por la venta ilegal de armas a México. No está para chistes locales y se marcha imaginando un soldado monopodo.

Otro día llegan estudiantes. Reconocen la bota. La fotografían, sin afán de registrar nada. Preguntan el precio, sin ánimo de comprarla. “¿De dónde la sacó?”, inquiere el más barbón. La señora, que de por sí tiene rasgos genéricos, hace un aspaviento aún más genérico.

El estudiante barbón regresa el siguiente domingo y, con la fuerza con que Hamlet apretó la calavera de su bufón, toma la bota de la Sedena versión pixelada desierto. La señora, ante esa tromba de preguntas, musita: “Me llegó con las demás cosas y pocas vienen completas”. El estudiante, enternecido, la compra.

Imagine el lector que quien respondiese al estudiante fuera la mismísima bota de la Sedena.

Pero no imagine que, como zarcillos, sus cintas se agitan al susurrar palabras -si los objetos hablasen, ¿preferirían nombres, verbos, adjetivos o adverbios? ¿O dependerá del objeto?-

Ni tampoco piense el lector que en la suela –la pesadilla de la tripofobia- se abre una boca.

Mejor imagine que el estudiante sueña -como en otro Génesis 28:12– con una soga que brota del suelo de su recámara, que se prolonga hacia la ventana y cuyo extremo toca el cielo del noreste. Botas de la Sedena versión pixelada desierto suben y descienden por ella. Una de las botas, serena pero con un español tan dubitativo como el del nuremburgués, enuncia:

“Nazco en una fábrica genérica. Hay millones como yo, con una tinta láser que es imperceptible por el ojo humano. La tinta nos hace ciertas. Terminé en un tianguis por casualidad, pero solo por estar allí soy una bota mala. Mi par está donde tiene que estar y, aunque es igual a mí, ella es buena. A veces sueño robos de botas buenas. Compraventas de copias en naves industriales o en la web de Mercado Libre –Uniforme y botas del desierto Militar Sedena Eje Mex: 3000 pesos-. Sueño que un desertor se lleva las verdaderas a Pánuco por nostalgia o para triunfar en su primer jale con ex soldados malos. Imagino que, por desazón, un empleado tira decenas de las buenas a la basura. Y que otras buenas y malas terminan en cuerpos policiales, porque así se acordó tras apretón de manos y mirada a los ojos”.

El estudiante dormido escucha todo esto con naturalidad, en los sueños cada palabra se calca en el paisaje onírico. La bota de la Sedena, risa marcial entre dientes, envalentonada y ya en español fluido, quiere sentar cátedra:

“Soy copia porque me tragué el espejo original”.

Dr. Jesús Pérez Caballero, El Colegio de la Frontera Norte