Singularidades fronterizas mexicanas (3): la isla Bermeja y los Negrillos

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Opinión de Xavier Oliveras González Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 11 de marzo de 2021

Inicié esta serie de columnas hablando de las reivindicaciones territoriales de México, especialmente las acaecidas en el Porfiriato. Sus reivindicaciones se concentraron en territorios insulares pequeños (en superficie, recursos y población): el archipiélago del Norte (o Channel Islands) y la isla de Clipperton (o de la Pasión), bajo soberanía estadounidense y francesa respectivamente. Estas islas no han sido las únicas que México ha reclamado a lo largo de su historia, y a la lista se añaden la isla Bermeja y el cercano arrecife de los Negrillos, ubicadas en el golfo de México a unos 100 km de la costa norte de la península de Yucatán. Sin embargo, entre unas y otras hay una gran diferencia: mientras que las primeras son islas reales, las segundas son fantasmas.

Las fantasmagóricas no existen, pero por tiempo se creía en su existencia sobre la base de mitos e informaciones dudosas e incluso falsificadas, y hasta se cartografiaban. Muchas se mantuvieron en los mapas hasta que se comprobaba sobre el terreno (es decir, del mar estante o desde el cielo). En esta categoría estuvo incluso la península de California, que al inicio de la exploración europea se pensaba que era una isla, para más tarde descubrir que sólo se trataba de una casi isla.

Que la Bermeja y los Negrillos sean islas fantasmas no impide que no hayan sido reclamadas por México y otras naciones, siendo el argumento principal el hecho de que aparecieran en varios mapas desde el siglo XVI. Dando por buena su existencia, durante el XIX el gobierno mexicano las incluyó como propias en mapas y libros. Asimismo, algunos mapas estadounidenses explícitamente las señalaban como posesión suya, bajo la ley de las islas productoras de guano. Según esta ley de 1856, cualquier isla, islote o roca en la que un ciudadano estadounidense descubriera un depósito de guano se convertía automáticamente en territorio de aquel país. Obviamente ningún estadounidense descubrió nada, pero por si acaso las reclamaban, de la misma forma que se hizo con otras islas igualmente remotas. Aquel hecho no generó ninguna controversia entre ambos países, ya que su inexistencia se fue haciendo evidente y ya era un conocimiento extendido en los años 1920.

La auténtica disputa llegó años después, en los 90, con la delimi tación de la frontera marítima en el Golfo y el consiguiente establecimiento de las respectivas zonas económicas exclusivas (ZEE). Tal y como se defendió en México, la isla Bermeja permitía extender la ZEE, con lo que México podía asegurarse los derechos sobre los yacimientos minerales que se hallan en el lecho marino, entre los cuales el petróleo, que por entonces se suponían inmensos. Para afirmar la soberanía mexicana se propuso un plan en tres etapas: redescubrir la isla, construir un muelle y un faro, y establecer una guarnición permanente. Estados Unidos, por el contrario, tildaba el argumento de pura fantasía. Para resolver la incógnita, en 1997 la Secretaría de Marina envió una expedición al supuesto lugar, con un final decepcionante para las autoridades mexicanas. Con este resultado, ambos países firmaron en el año 2000 el llamado tratado Clinton-Zedillo por el que se fijaba definitivamente el límite marítimo.

Sin embargo, la polémica en México no se dio por zanjada y todavía en 2009 se realizaron, no una, sino cuatro exploraciones más, tres por mar (una a cargo de la UNAM, otra por la Armada y una más por Televisión Azteca) y una aérea (por Televisa). Todas llegaron a la misma conclusión: no había ni rastro de ninguna isla. Así que, resignados, se dio como explicación científica oficial que la isla Bermeja y los Negrillos nunca existieron y que muy probablemente los cartógrafos se habían confundido con el arrecife de los Alacranes, este sí, realmente existente frente a la costa de Yucatán.

En la próxima columna hablaré de otra singularidad en el límite fronterizo del golfo de México, los Hoyos de Dona.

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