En este período electoral, de acuerdo a nuestro modelo democrático, se ubica el momento de la evaluación, tanto de gobiernos –de los tres niveles–, como de funcionarios públicos que nos han representado. Es decir, es el momento de identificar si nuestros representantes o, mejor dicho, si los funcionarios públicos electos en el período anterior han cumplido con sus promesas de campaña, o al menos, han mejorado las condiciones socioeconómicas del pueblo que los eligió.
De acuerdo con los teóricos de la democracia, en una sociedad democrática –en donde es necesaria la representación política– es el ciudadano elector quien tiene el poder. Así, se convierte la participación electoral en un arma muy poderosa, ya sea para votar por la opción política que el ciudadano perciba que haya mejorado las condiciones socioeconómicas de la población y dar continuidad a sus políticas públicas, así como también para evitar que un gobierno tome medidas durante mucho tiempo que puedan afectar a la población. Entonces, queda el sufragio como función principal de los ciudadanos, tanto para votar por la reelección como para vetarla.
En este sentido, es importante subrayar y enfatizar la pregunta: ¿cuántos votos se necesitan para quedar electo? La respuesta es uno. Sí, un voto. Si los ciudadanos y su control ciudadano sobre las decisiones colectivas resulta anémica y deciden no ir a votar, dejando la responsabilidad a otros o a otro, contrario a una democracia participativa. Y esto tiene que ver con la regla de mayoría.
Esta argumentación solo queda en interrogación, en el sentido de la importancia de establecer criterios obligatorios para los ciudadanos, en ellos, la participación ciudadana, votar, informarse y determinar quién está mejor capacitado para resolver los problemas sociales. Quedan entonces los deberes, como puntos relacionados con las obligaciones morales y las sitúa en un conjunto de deberes, derechos y oportunidades que tendrían los ciudadanos en un orden democrático.
Si partimos de los fines de la democracia, la abstención electoral es algo que no debiera de suceder. Esta es analizada de manera tangencial respecto de su existencia, y no se le ha dado la relevancia que merece En muchos casos se argumenta con el concepto de libertad de decisión que permite el sistema democrático, pero también está el criterio de igualdad de oportunidades que permite que cada ciudadano sea un voto, sin ninguna diferencia de género o socioeconómica.
De esta manera, en una sociedad democrática se pueden considerar tres grandes tipos de causas que impiden la asistencia a las urnas, y que además podrían ser de utilidad para pensar en sus implicaciones y las fuentes de su eventual solución para impulsar una mayor participación electoral:
A) motivos de procedimiento técnicos e involuntarios: la persona se ve impedida de votar contra su voluntad por no verse reflejada en el listado nominal; el desconocimiento de la ubicación de las urnas y su acceso; débil conocimiento del día de las elecciones; poco entendimiento de las boletas –para evitar votos nulos–; incapacidad física o alguna enfermedad; estar trabajando (muchas personas trabajan en domingo) y, horario limitado.
B) Desinterés o apatía, pues las personas pueden votar, pero no le interesa, no se siente convocada a votar; incluso dan prioridad a salir fuera del país.
C) Malestar democrático o motivos políticos, por ejemplo, el malestar o decepción en la forma de hacer política o de los políticos. El ciudadano puede votar, pero no quiere, como forma de protestar con algún aspecto de la política, es una forma de antisistema o inhibición táctica.
Es por lo tanto, una oportunidad que tienen los institutos electorales de estudiar a fondo las causas y la cultura política que han llevado al ciudadano a alejarse de las urnas, más allá de generalidades.
Ana Claudia Coutigno Ramírez
El Colegio de la Frontera Norte
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