En marzo de 2020 cambió drásticamente el modo en el que hasta ese momento nos relacionábamos. Nos dijeron que sería cuestión de irnos a nuestras casas y guardar una cuarentena; que era cuestión de semanas para recuperar nuestras actividades normales. Hoy, casi dos años después seguimos en la zozobra y la nueva variante del virus, Ómicron, es más contagiosa.
Vivimos con la esperanza que las vacunas nos pusieran a buen resguardo. Quien se contagió antes de que éstas empezaran a generalizarse a nivel internacional y en nuestro país, y que padecían ciertas comorbilidades, rogaban no contagiarse. Pero, además, no sabíamos bien a bien ante qué tipo de pandemia nos encontrábamos. Era una permanente incertidumbre.
El desconocimiento del virus SARS-COV2, responsable del COVID 19, hizo que proliferaran toda suerte de noticias y aseveraciones sin fundamento. Las redes sociales se poblaron de epidemiólogos de ocasión. Las teorías acerca de su origen también se multiplicaron. Los remedios no dejaron de sorprendernos: tomar cloro o colgarse una tarjeta conteniendo alguna pócima milagrosa.
La aparición de las vacunas nos volvió a sacar a las calles, solo para darnos cuenta de que se multiplicaban las variantes del virus. La guerra entre los laboratorios estuvo detrás también de la descalificación de las vacunas de ciertos países: China y Rusia, fueron las más denostadas. Pero también, vimos con asombro el crecimiento de movimientos “antivacunas”. Desde diferentes puntos de vista y con argumentos que hacían énfasis en aspectos que al final coincidían, se afirmaba que las vacunas tenían más impactos negativos que positivos.
A casi dos años del primer confinamiento, vemos la multiplicación de casos que trajo aparejada la nueva variante del virus. Miles infectados a pesar de las vacunas; sin embargo, con síntomas más leves y manejables que no requieren hospitalización; salvo quienes tienen condiciones de comorbilidad o no se vacunaron. Seguramente no está lejano el día cuando la nueva normalidad incluya al COVID 19, como un virus equivalente al de una gripe.
Me he contagiado por COVID 19 en dos ocasiones; ambas a principios de año; en enero de 2021 y en enero de 2022. He tomado las mayores precauciones posibles y así he resultado positivo. La última ocasión, con esquema completo de vacunación; fui el único de la reunión en la que una persona asintomática con la que ni siquiera estuve mucho en contacto, me contagió. Es una especie de lotería. Sin embargo, hoy me sorprendo con la cantidad de conocidos que les ha sucedido lo mismo. He leído que las previsiones son que en un par de semanas el 80% de la población estará contagiado o habrá superado el padecimiento. No hay forma de controlar la pandemia, quizás retrasarla con las medidas preventivas. Sin embargo, insisto, hoy son más manejables sus efectos.
Según los especialistas, lo recomendable en este momento es que si se tienen síntomas las personas se confinen por un periodo de entre 5 y 7 días y asuman que son positivas. No tiene sentido ir a atiborrar los centros donde se aplican las pruebas (públicos y privados). Pero también, nos explican que en el futuro próximo será imposible estar vacunando a la población mundial varias veces al año. Lo que se buscará es la normalización del virus al convertirse en endémico.
La nueva normalidad implica tomar conciencia de que lo mejor que se puede hacer, con esta enfermedad y otras que son contagiosas, es tomar precauciones para proteger a terceras personas; cercanas y con quien se interactúa en el medio. Lo que no se vale es saberse contagiado y continuar como si nada. Y, sobre todo, tratar de mejorar la propia salud en la medida de lo posible; esa puede ser la diferencia entre sobrevivir a nuevas cuarentenas o no vivir para contarla.
Dr. Víctor Alejandro Espinoza Valle
El Colegio de la Frontera Norte