Transiciones: Prensa y poder

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Opinión de Víctor Alejandro Espinoza Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 21 de febrero de 2018

 

En el largo periodo de partido hegemónico en México, que va desde la creación del Partido Nacional Revolucionario hasta el año de 1987, cuando se conforma el primer gobierno dividido a nivel federal, la prensa se encontraba plenamente subordinada al poder. El control era casi total e iba desde el pago de publicidad gubernamental, el suministro de papel, en el caso de medios escritos, o el otorgamiento de concesiones, en el caso de los medios electrónicos.

Recuerdo que los noticieros de televisión o radio eran como vocerías de los gobiernos. Las noticias se circunscribían a la lectura de los boletines oficiales. Ninguna posibilidad de opiniones críticas o divergentes. Siempre he pensado que los periódicos, sobre todo los regionales, eran organizados para perder las noticias importantes entre todo el contenido. Prácticamente no había secciones y una nota política era colocada por ejemplo en la página de sociales. O empezaba la lectura y aparentemente continuaba en una página…que no existía.

A mayor penetración social, mayor control y censura. Los primeros medios en abrir sus páginas a la reflexión crítica y de oposición fueron los escritos. La prensa se convirtió en una verdadera opción para quien quería enterarse de lo que realmente estaba sucediendo en el país. Periódicos como Unomásuno o La Jornada, brindaron la oportunidad de romper el monopolio informativo gubernamental. Ahí escribían algunos de los críticos más connotados contra el sistema y el autoritarismo. El común denominador es que más que defensores del sistema soviético o cubano, eran partidarios del Estado de Bienestar. Se trataba de los intelectuales que se habían formado en universidades europeas y que conocían a fondo el pensamiento marxista, pero habían transitado hacia la socialdemocracia. Eran críticos del liberalismo económico que era sinónimo de pensamiento conservador.

La transición política mexicana que para muchos tuvo su culminación con la alternancia presidencial del año 2000, produjo cambios importantes en la visión hegemónica del ejercicio gubernamental y la confección de políticas públicas. Se entronizó con la hegemonía del pensamiento liberal de derecha, que ponía el énfasis en la reducción del Estado y en la retirada del intervencionismo estatal de la esfera económica. Se impuso la idea del libre mercado y el papel marginal del gobierno. La nueva religión fue antiestatista. Esas mismas ideas se trasladaron a la esfera política e ideológica. Incluso uno de los escritos fundadores de la nueva religión fue el de Enrique Krauze, “Por una democracia sin adjetivos”. Octavio Paz, crítico del “Ogro filantrópico”, fue el otro gurú del liberalismo conservador. Lo paradójico es que los patrocinadores fueron Televisa y el mismo gobierno.

Otro grupo de intelectuales que crecieron al amparo de la nueva religión fue encabezado por Héctor Aguilar Camín. La crítica al autoritarismo se convirtió en el medio para hacer negocios por la vía editorial (revistas y libros). Pero la paradoja, como en el caso de Paz y Krauze, es que sus patrocinadores principales fueron los gobiernos a quienes decían criticar, pero que terminaron defendiendo. En su momento se maravillaron con Vicente Fox, luego con Felipe Calderón y posteriormente con las reformas de Enrique Peña Nieto. Al igual que otros periodistas bien pagados como Joaquín López Dóriga, José Cárdenas, Ricardo Alemán, Pablo Hiriart o Leo Zuckermann, emprendieron una cruzada contra los gobiernos socialdemócratas y cobraron mucho por golpear a “ya sabes quien”. Han creído que lo merecen todo por declararse liberales, aunque en el fondo su cruzada es contra el intervencionismo estatal. Creen firmemente que los gobiernos son prescindibles. Por eso se arropan en la bandera “ciudadana” (como lo hacen otros opinadores que cobran mucho a los incautos que los contratan como la profesora Denise Dresser). Sin duda la excepción es Jesús Silva-Herzog Márquez, el más inteligente de toda esta pléyade liberal conservadora.

En un evento posterior a su toma de posesión celebrado en el Auditorio Nacional para presentar a su gabinete, Vicente Fox recibió de manos de su hija Paulina un crucifijo, hecho que justificó diciendo que no era hipócrita. Todos los domingos comulgaba aunque era un corrupto. Se olvidó del principio del Estado laico. La nueva religión que abrazan los liberales conservadores se sintetiza en criticar la idea de los gobiernos fuertes, con capacidad de redistribuir la riqueza monopolizada, pero a nombre de los ciudadanos buenos. Eso sí, los recursos para su cruzada provienen de hacer negocios bajo el amparo del poder.

Dr. Víctor Alejandro Espinoza   

El Colegio de la Frontera Norte