Una forma de castigo colectivo es tomar como rehenes inmediatos a personas, con la finalidad de que servicios o mercados sean rehenes mediatos. Por ejemplo, taxistas y combis/vans, a quienes se extorsiona y obliga a vigilar para los conglomerados de la delincuencia organizada.
Un abogado de Guerrero (que trabaja en Chilpancingo, Acapulco y la Costa Chica) y que de joven residió en Taxco -donde aún posee vivienda-, me explicaba a inicios de 2024 algo sucedido en este municipio. Un grupo (Guerreros Unidos), hace años, se enquistó en la policía local y controlaba varios negocios; para ello, un individuo era nodal. Detenido por fuerzas federales, la situación la aprovechó otro grupo (La Familia Michoacana), quienes obligaron a los permisionarios de taxi o combi a vigilar a su servicio; eso, a su vez, los tornó en objetivo de sus rivales.
Una anciana permisionaria de taxi debía cumplir con su rol de halconeo y proporcionar el servicio de vigilancia. Como, evidentemente, era incapaz por su edad, se le permitió que un familiar o conocido la sustituyese. Cuando tocaba vigilar por cerros, la señora “no tenía miedo (de que le pasara algo a su sustituto); se sentían protegidos, ya que por allá estaban sujetos armados del grupo para el que vigilaba”, contaba mi fuente. Sin embargo, temía patrullar cerca de lugares como Iguala.
Lo descrito se relaciona con la potestad y arbitrariedad de otorgar licencias municipales. Mi fuente contaba que un cacique estatal daba tales licencias a sus queridas. Entregas “a perpetuidad, como notarías”, que patrimonializan concesiones (al Estado también se lo trocea y redibuja en lo oscurito) y contrahacen a la institución pública. Esa arbitrariedad es medular: las concesiones se heredan, mercantilizan y crean el ecosistema de las concesiones arbitrarias — si un representante público hizo gala de ello, ¿por qué los malos se limitarían? Surge otro mercado opaco con reglas propias, objeto de intermediarios armados, pero negociantes de la protección (una mafia). Recuerdo lo que me contaba allá por fiestas patrias un político guerrerense. Un tal “Gavilán” lo levantó (secuestró), hacía tiempo, para obligarle a reunirse. El ave rapaz se voltea a su presa y, con prestigio negativo, afirma:
-El maestro (se refiere a “la Tuta”, un líder de Los Caballeros Templarios, ahora encarcelado) no nos enseñó a extorsionar, por lo que prohibimos préstamos al 15 o al 20 por ciento; muchos pierden hasta sus escrituras para pagarlos. Los préstamos sólo serán al 6, y el 1 por ciento es para la organización. Nuestro acuerdo es político.
¿Qué hacer? Según mi contacto, el gobierno de Morelos (Cuernavaca es un destino natural del guerrerense) liberalizó el servicio de transporte. Los costos de una licencia descendieron y se dificultó atrapar a un grupo cautivo, al que mantener como rehén.
Con todo, lo narrado es un castigo colectivo, no lejos de una tragedia de Eurípides. Orestes, Electra y Pílades deciden castigar la tibieza revestida de cálculo de Menelao, y matar a su esposa Helena. El “cuanto peor, mejor” de quien nada tiene que perder se trasfunde a otra figura vicaria, la hija de Helena, Hermione, a quien secuestran. Pílades afirma:
“¡No viva yo, por tanto, más si no retiro mi espada tinta en su sangre! Y en caso de que no consigamos matar a Helena, incendiaremos estas moradas antes de morir. Así, aunque fallemos en una cosa, no dejaremos de obtener un motivo de gloria, al morir con honor o al salvarnos honrosamente” (“Orestes”, C. García Gual [intr. trad. y notas], Gredos, 1979, p. 228, 1150).
Los planistas u hombres de atrás instigan o dirigen castigos -conocedores del manejo del Estado, pero curados de la pasión mediocre por la burocracia-; juegan al ajedrez, pero buscan el “zugzwang”, y las piezas tejen los agujeros del desmañado vestido de la violencia, con el que se nos tapan los ojos.
Jesús Pérez Caballero
El Colegio de la Frontera Norte, Investigador de la Unidad Matamoros.
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