Bárbara López González. Lic. en sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco (UAM-X) y Maestra en Antropología Social por la Universidad Iberoamericana (UIA). Actualmente cursa el Doctorado en Estudios Culturales en El Colegio de la Frontera Norte (El Colef). Contacto:barbaralopez.desc2019@colef.mx

Arturo Montoya Hernández es Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y Maestro en Estudios Culturales por el Colegio de la Frontera Norte (El Colef). Actualmente cursa el Doctorado en Estudios Culturales en El Colef. Contacto: amontoya.desc2019@colef.mx

Al hablar de cine etnográfico es importante realizar una revisión crítica del modo en que las imágenes construyen un otro: un buen salvaje que puede ser civilizado a través del involucramiento de la mirada occidental, o un absolutamente otro ante el cual se vuelve central configurar un contracampo de la barbarie. En esta primera encrucijada se funda el problema de la representación dentro del trabajo etnográfico, que  de acuerdo con la crítica de Beattie (2004), radica en la subordinación del otro respecto al yo, para acuñarlo al alcance de un modelo occidental que no toma en cuenta las diferencias de clase, género, raza, sexualidad y/o espacio-tiempo de vida. 

¿Cómo se proyecta este estereotipo, una imagen que domina sobre la otredad? Se trata de la capacidad de la imagen-objeto para modelar el espacio-tiempo desde lo político, económico y simbólico, hasta lo cultural. En este sentido, el espacio-tiempo representado dentro de una fotografía o un film, construye una narrativa dominante, sea formulada desde la mirada “inocente” del turista o espectador, desde la codificación colonial del otro inferior, o desde la posición privilegiada del investigador, quien apertura su conocimiento a la aprehensión de la realidad y sus imágenes. Tomar una postura crítica, implicaría, por tanto, partir de un reconocimiento de las diferentes categorías que surgen fuera de la alternativa entre lo occidental y lo no-occidental, las cuales nos interpelan desde la otredad.

Esto nos lleva a preguntarnos ¿Cómo se construye la posición del otro? Hay en internet dos cápsulas sobre racismo, muy interesantes: la primera es de Animal Político, donde se muestra un planteamiento del racismo desde la herida histórica, en la que expertos y representantes de grupos minoritarios en México hablan sobre sus experiencias. En la segunda cápsula, La Universidad de Australia habla sobre el racismo desde la perspectiva de actantes extranjeros o de ascendencia migrante, en un diálogo sobre discriminación en Australia. Ambos dejan muchos puntos importantes sobre la mesa, pero no abordan el tema por completo. Lo interesante de estos videos es cómo se representa la otredad y cómo se construye la posición del otro. En el primero, el otro son los grupos originarios y afrodescendientes, dejando de lado al extranjero migrante; en el segundo, el otro son los extranjeros, no los australianos nativos.

En lugar de un nuevo universalismo, la posición del otro aparece múltiple y heterogénea, herida histórica o extranjería, apertura intensiva al reconocimiento de identidades, o flexibilización de las fronteras que definen inclusiones y exclusiones. Pareciera un tema resuelto, incluso ante el riesgo del relativismo, el cual se despeja con el pensamiento situado y los estudios de caso, sin embargo, el problema de la representación de la otredad se mantiene. Sea en los escritos de Malinowski y Geertz, problematizados por Beattie, o en el cine etnográfico que emprende trabajos de salvación para dar testimonio de un mundo en “inminente peligro” de desaparición, el otro vuelve a ocultarse en una pedagogía de la representación, que defiende la necesidad de un docto explicador, o de un camarógrafo que genere un inventario de lo visible y lo real.

A este respecto, David Harvey nos advierte de que las formas de representación del espacio-tiempo están, por excelencia, determinando un devenir, haciendo que las representaciones del otro dependan del desplazamiento social e imaginario en el que están inmersas, pues “Cualquier sistema de representación es una espacialización, que automáticamente, congela el flujo de la experiencia y, al hacerlo, distorsiona aquello que se esfuerza por representar” (Harvey 2012: 230). Se trata de un flujo cerrado, que sólo puede ser puesto en cuestión cuando la posición del otro devela continuamente los andamiajes de su construcción, invocando una reflexividad interna que dé cuenta de las decisiones epistemológicas y metodológicas de la mirada, y una reflexividad externa que organiza un montaje-desmontaje del film y la posición desde la que se construye la mirada etnográfica.

Así, mientras Nanook el Esquimal presenta el símbolo del salvaje construido por Flaherty, a partir de la mirada etnográfica que define aquello pertinente de conservar, trabajos como el Cannibal Tour de O’Rourke, ironizan la posición del yo, organizándolo bajo la retícula de significados con que suele representarse al otro. Esta perspectiva permite mostrar el andamiaje etnográfico, su arbitrariedad y violencia originarios. Así mismo, trabajos anclados en el Cinéma Vérité, reconocen que el dispositivo fílmico, sobre determina aquello que observa, distorsión que disputan con la participación activa de los otros en la construcción de su tiempo-espacio. Si bien, estas reflexiones críticas no resuelven el problema de la representación, aportan herramientas para transformar el trabajo teórico y práctico del cine etnográfico.

Referencias:

Beattie, K. (2004) “Constructing and Contesting Otherness: Ethnographic Film”. En

Documentary Screens (44-62). Londres: Palgrave McMillan.

Harvey, D (2012) La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires: Amorrortu. 

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Fotografía de Alfonso Caraveo Castro. Tomada el día 1 de Septiembre de 2004 Obtenida del Archivo Colef el día 1 de Diciembre de 2020.